domingo, 11 de agosto de 2019


Alma

Un hombre fue a la guerra y se llevó a su perro. El perro, que siguió llevando una vida muy parecida a la de casa, ignoraba que estaba en la guerra. El campo de batalla no era más que campo. Comía las mismas sobras. Ladraba al silbido de las balas que pasaban por encima, como insectos.
El día que mataron a su dueño hubo retirada. El campamento fue abandonado. No dio tiempo a recoger los cuerpos. El perro montó guardia junto al cadáver de su amo. A la mañana del segundo día, los buitres comenzaron a acercarse. Cuando se aproximaban mucho, el perro se arrancaba contra ellos y los espantaba. A cinco metros escasos corría un arroyo. El animal tenía sed. Si se acercaba al agua, los buitres corrían hacia el cadáver. Entonces, antes de conseguir llegar al arroyo, el pero daba media vuelta para ahuyentarlos.
Una mañana el aire rizaba lo que desde lejos parecía un montón de ropa vieja. Los buitres lo miraban todavía quietos.

Emilio Gavilanes

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martes, 6 de agosto de 2019


El acróbata de los azotes

En la educación de un príncipe de Inglaterra cumplía un papel fundamental el Niño de los Azotes. Cuando el príncipe cometía un error o una transgresión, se propinaba al Niño de los Azotes el castigo que estaba prohibida descargar sobre la sagrada persona de Su majestad.
El famoso acróbata italiano Archange Tuccaro, autor del primer tratado sobre saltadores y volatineros (Trois dialogues, París, 1559) fue contratado para enseñar el arte acrobático al emperador Maximiliano de Austria. De acuerdo al relato de un testigo presencial, cada vez que el monarca cometía una torpeza mientras realizaba una de sus volteretas en el aire, un joven saltimbanqui caía al suelo en su lugar. A causa de la poca habilidad natural de Maximiliano para este tipo de ejercicio, los jóvenes acróbatas, con los huesos rotos, debían ser frecuentemente reemplazados.

Ana María Shua

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lunes, 29 de julio de 2019


Los sueños de Tremecén

Escandalosos, tres ángeles ebrios han escupido en el dintel de la casa este atropello: Tremecén no existe. Sus palabras, como pequeñas libélulas venenosas, han terminado confundiéndose en el vaho huidizo de los espejos. Sin embargo, la duda permanece en la postración y en las tinieblas de este día terrible. Ningún pájaro vuela ya sobre un mar de tristeza, e incluso la luna permanece impávida frente a la gracia de un pez volador.
Al amanecer, he tomado la flamígera y he expulsado del jardín a estos ángeles, mas temo que en su huida hayan arrebatado una manzana.

Rafael Pérez Estrada

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miércoles, 24 de julio de 2019


Luna de madrugada

Aquella madrugada, el poeta enamorado miraba a la luna con el corazón oprimido y la luna se puso verde para mantener la esperanza.
Aquella madrugada, todos lo miopes enamorados se asomaron a la lupa de la luna, para encontrar sus amores con más claridad y ella se puso blanca y llena.
Aquella madrugada, la luna se volvió morada y se hizo telescopio, para que, desde el otro lado, los muertos todos pudiesen observar cómo el amor nos mantenía vivos.

Félix

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lunes, 15 de julio de 2019


Colgados de la plática

Un murciélago le enseña al otro la herida que se hizo, el otro se desmaya al ver la sangre.

José Juan Aboytia

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miércoles, 10 de julio de 2019


Melancolía invernal

Son las diez menos cuarto de la mañana del domingo. Es un día gris plomizo. No hay horizonte- No se oye un ruido. No se ve a nadie por la calle. Una paloma mantuda se posa en lo alto de la chimenea del tejado del vecino. Un gorrión ha llegado hasta una maceta de mi ventana, se ha paseado por el borde y se ha marchado sin ni siquiera intuir que yo le miraba. Apenas alcanzo a ver la silueta de la torre difusamente recortada entre la bruma. Ahora es una urraca la que ha llegado hasta el alero del tejado de enfrente, en vuelo muy discreto, pues no la vi llegar. La paloma se fue y ella parece triste. Me quedo  mirando fijo hacia donde ayer estaba el cielo y mi pensamiento se diluye en el gris, mientras la melancolía empieza a poseerme. Y me dejo llevar... 

Félix

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jueves, 4 de julio de 2019


Final

Tras la batalla, los ángeles consiguieron atravesar los nueve puentes, descerrajar los portones y hacerse con el control de la fortaleza del infierno. Todos los cautivos recibieron la liberación con entusiasmo. Hasta que se organizó el traslado, la multitud aguardó ociosa, repartida en grupos de todos los tamaños, que paseaban, conversaban…
Cuando partieron los primeros convoyes y se produjeron las primeras separaciones y despedidas, muchos fueron conscientes de que no volverían a encontrarse entre tanta gente. Entonces vieron aquel lugar con nostalgia y en el último momento se rebelaron y se resistieron a abandonarlo.

Emilio Gavilanes

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