sábado, 12 de junio de 2021

Mujima

En el camino de Akasaka, cerca de Tokio, hay una colina, llamada Kii-No-Kuni-Zaka, o “La Colina de la provincia de Kii”. Está bordeada por un antiguo foso, muy profundo, cuyas laderas suben, formando gradas, hasta un espléndido jardín, y por los altos muros de un palacio imperial.

Mucho antes de la era de las linternas y los jinrishkas, aquel lugar quedaba completamente desierto en cuanto caía la noche. Los caminantes rezagados preferían dar un largo rodeo antes de aventurarse a subir solos a la Kii-No-Kuni-Zaka, después de la puesta del sol.Y eso a causa de un Mujima que se paseaba!

El último hombre que vio al Mujima fue un viejo mercader del barrio de Kyôbashi, que murió hace treinta años. He aquí su aventura tal como la contó:

Un día, cuando empezaba ya a oscurecer, se apresuraba a subir la colina de la provincia de Kii, cuando vio una mujer agachada cerca del foso--- Estaba sola y lloraba amargamente. El mercader temió que tuviera intención de suicidarse y se detuvo, para prestarle ayuda si era necesario. Vio que la mujercita era graciosa, menuda e iba ricamente vestida; su cabellera estaba peinada como era propio de una joven de buena familia.

-Distinguida señorita –saludó al aproximarse-, no llore así. Cuénteme sus penas…, me sentiré feliz de poder ayudarla.

Hablaba sinceramente, pues era un hombre de corazón. La joven continuó llorando con la cabeza escondida entre sus amplias mangas.

-¡Honorable señorita! –repitió dulcemente-, escúcheme, se lo suplico… Éste no es en absoluto un lugar conveniente, de noche, para una persona sola. No llore más y dígame la causa de su pena. ¿Puedo ayudarla en algo?

La joven se levantó levemente… Estaba vuelta de espaldas y tenía el rostro escondido… Gemía y lloraba alternativamente. El viejo mercader puso su mano en su espalda y dijo por tercera vez:

-Distinguida señorita, escúcheme un momento…

La honorable señorita se volvió bruscamente. Dejó caer la manga y se acarició la cara con la mano… ¡El viejo vio que no tenía ojos, nariz, ni boca! Huyó gritando de espanto. Corrió hasta el borde de la colina, oscura y desierta, que se extendía delante de él. Corría sin  pararse y sin osar mirar hacia atrás. Por último vio, en lontananza, la luz de una linterna. Era una lucecilla tan pequeña que se hubiera podido confundir con una mosca luminosa. Era la bujía de un mercader ambulante, un vendedor de sopa que había levantado su tenderete al borde del camino.  Después de la experiencia que el viejo acababa de sufrir, la más humilde de las compañías le pareció deseable. Se echó a los pies del vendedor de sopa, gimiendo:

-¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!...

-“Koré”… “Koré”… -replicó el vendedor ambulante bruscamente. ¿Qué le ocurre? ¿Le ha hecho daño alguien?

-¡No! Nadie me ha hecho daño –murmuró el otro-,  pero… ¡ah!... ¡ah!... ¡ah!...

-¡Por lo menos le han dado un buen susto! –dijo el mercader, demostrando poca simpatía-. ¿Se ha encontrado con algún ladrón?

-¡No!... pero, cerca del foso… he visto… ‘Oh!, he visto una mujer que… pAh!, jamás podré describir cómo la he visto…

-¿Qué? ¿La ha visto, tal vez, así?... –esclamó el mercader.

Se acarició la cara que, de pronto, se hizo semejante a un huevo.

¡En aquel mismo instante se apagó la luz!

Yakumo Koisumi

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domingo, 6 de junio de 2021

Eso

Al preso lo interrogaban tres veces por semana para averiguar “quién le había enseñado eso”. Él siempre respondía con un digno silencio y entonces el teniente de turno arrimaba a sus testículos la horrenda picana. Un día el preso tuvo la súbita inspiración de contestar: “Marx. Sí, ahora lo recuerdo, fue Marx.” El teniente asombrado pero alerta, atinó a preguntar: “Ajá, y a ese Marx ¿quién se lo enseñó?” El preso, ya en disposición de hacer concesiones, agregó: “No estoy seguro, pero creo que fue Hegel.” El teniente sonrió, satisfecho, y el preso, tal vez por deformación profesional, alcanzó a pensar: “Ojalá que el viejo no se haya movido de Alemania.”

Mario Benedetti

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lunes, 31 de mayo de 2021

Tres

Me senté a tu derecha y a la izquierda del sol. Aquel sitio era enorme y te miraba al mismo tiempo que al violinista de Flok. La cámara era una mierda, pero al final conseguimos retratarnos. Y nos quedamos en lluvia, en primavera húmeda crónica, en no saber. Hasta las cinco, sorry, no van a servir whisky. Folk, folk, concierto e La Bemol para violín electrónico.

Antes, a veces, por las tardes, yo había desafiado al mundo haciendo punto en el Café Gijón, y Jocelyne Josia cantaba El Muro.

Mucho antes, a solas, yo había cantado a gritos, sobre la voz de Paco Ibáñez, repitiendo palabras de Blas de Otero.

También fue antes cuando Raimon cantó Al Vent y llovieron panfletos, y cuando, por la noche y bajito, lo cantábamos asomadas al patio de Carabanchel, apretando fuerte las manos sobre los barrotes.

Después fue cuando en la carátula del disco de Ferré, live, se me ve el pelo con la raya en medio y los ojos clavados en el escenario.

Mercedes Arancibia

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martes, 25 de mayo de 2021

La orilla

No se animaban a meterse. Con los ojos clavados en las olas, todos parados como soldados en fila, se medían el miedo y se atrevían, a lo sumo, a mojarse los pies.

Eran niños venidos de tierra dentro, de muy adentro, que no habían estado nunca en la playa de Piriópolis, ni en ninguna playa, y que nunca habían viso el mar. Y uno de aquellos niños que estaba descubriendo la mar y que  no tenía ojos para ver lo que estaba viendo, comentó:

-¡Un río de una sola orilla!

Eduardo Galeano

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martes, 18 de mayo de 2021

Mala digestión

Con el primer rayo de luz, llegué ahíto de sangre y me acosté, pero hasta aquí me había seguido su marido. Le vi venir con la estaca de madera y un martillo. En el pecho sentí la punta dura. A punto de descargar el fatal golpe… desperté empapado de sudor.

Angustiado, descorrí la tapa del ataúd, saqué la cabeza y respiré profundo: de nuevo era de noche. 

Félix

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miércoles, 12 de mayo de 2021

Peter Pan

Cada vez que hay luna llena yo cierro la ventana de casa, porque el padre de Mendoza es el hombre lobo y no quiero que se meta en mi cuarto. En verdad no debería asustarme porque el papá de Salazar es Batman y a esas horas debería estar vigilando las calles, pero mejor cierro la ventana porque Merino dice que su padre es Joker, y Joker se la tiene jurada al papá de Salazar. Todos los papás de mis amigos son super-héroes  o villanos famosos, menos mi padre que insiste en que él sólo vende seguros y que no me crea esas tonterías. Aunque no son tonterías porque el otro día Gómez me dijo que su papá era Tarzán y me endeñó su cuchillo, todo manchado de sangre de leopardo. A mí me gustaría que mi padre fuese alguien, pero no hay  ningún héroe que use corbata y chaqueta de cuadritos. Si yo fuera hijo de Conan, Skywalker o Spiderman, entonces nadie volvería a pegarme en el recreo. Por eso me puse a pensar quién podría ser mi padre. Un día se quedó frito leyendo el periódico y lo vi todo largo y flaco sobre el sofá, con sus bigotes de mosquetero y sus manos pálidas, blancas blancas como el mármol de la mesa. Entonces corrí a la cocina y saqué el hacha de cortar la carne. Por la ventana entraban la luz de la luna y los aullidos del papá de Mandoza, pero mi padre ya grita más fuerte y parece un pirata de verdad. Que se cuiden Merino, Salazar y Gómez, porque soy el hijo del capitán Garfio.

Fernando Iwasaki

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miércoles, 5 de mayo de 2021

Teóloga

En el siglo VII después de Cristo, un grupo de teólogos bávaros discute sobre el sexo de los ángeles. Obviamente, no se admite que las mujeres (por entonces ni siquiera era seguro que tuvieran alma) sean capaces de discutir materias teologales. Sin embargo uno de ellos es una mujer hábilmente disfrazada. Afirma con mucha energía que los ángeles sólo pueden pertenecer al sexo masculino. Sabe, pero no lo dice, que entre ellos habrá mujeres disfrazadas.

Ana María Shua

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