viernes, 30 de agosto de 2013

MÚSICA


Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años- estaban acostumbradas al silencio. En la casa no debía oírse ni un ruido, porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en zapatillas, y sólo a ráfagas, el silencio se rompía con las notas del piano de papá.
Y otra vez silencio.
Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más pequeña de las niñas se acercó sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá, a ratos, se inclinaba sobre un papel, y anotaba lago.
La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana mayor. Y gritó, gritó por primera vez en tanto silencio:
-¡La música de papá, no te la creas...! ¡Se la inventa!


Ana María Matute

viernes, 5 de julio de 2013

Cuento XXXV


Fue convidado un necio capitán, que venía de Italia, por un señor de Castilla a comer; y después de comido, alabóle el señor al capitán un pajecillo que traía muy agudo, y gran decidor de presto. Visto por el capitán, y maravillado de la agudeza del pajecillo, dijo:
-“¿Ve vuestra merced estos rapaces cuán agudos son en la mocedad? Pues sepa, que cuando grandes no hay mayores asnos en el mundo.”
Respondió el pajecillo al capitán:
-“Más que agudo debía de ser vuestra merced cuando muchacho.”

Juan de Timoneda

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martes, 25 de junio de 2013

El conejo y el león



Un celebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semiperdido.
Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.
Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.
En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.
El León estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.
De regreso a la ciudad el celebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.

Augusto Monterroso


jueves, 13 de junio de 2013

Cuento XXXVIII


Preguntó un gran señor a ciertos médicos, que a qué hora del día era bien comer. El uno dijo:
-“Señor, a las diez.”
El otro:
-“A las once.”
Y el otro:
-“A las doce.”
Dijo el más anciano:
-“Señor, la perfecta hora de comer es, para el rico, cuando tiene gana; y para el pobre, cuando tiene de qué.”


Juan de Timoneda

viernes, 31 de mayo de 2013

El pozo


Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.

Una de esas tragedias familiares que alivianel tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.

Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse.

En el caldero descubrió una botella con un papel en el interior.

“Este es un mundo como otro cualquiera”, decía el mensaje.

Luis Mateo Díez


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jueves, 2 de mayo de 2013

Cuento IV




Viendo un labrador que en una higuera que tenía en su heredad se habían desesperado en ella, por discurso de tiempo, algunos hombres, temiéndolo por mal agüero determinó de cortalla; pero antes desto, presumiendo de gracioso, hizo hacer un pregón por la ciudad, que si alguno había que se quisiese ahorcar en su higuera, que se determinase dentro de tres días, porque la quería cortar de su campo.

Juan de Timoneda
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domingo, 21 de abril de 2013

Momento único




En el pueblo de Villa Allende andaba cada uno en lo suyo bajo una tarde plena de calor. El sonar de unos platillos, redoblantes y trompeta a todos les llamó la atención.
Allí, por las callecitas de tierra, una banda orquestal de tres músicos hacía su bochinche. En el centro de ellos, un payaso con sus piruetas y otro, arlequín, agitaba un estandarte firuleteado, de letras doradas, que movía al son de las notas con suma gracia. Detrás de ellos, un camioncito con altavoces anunciaba la llegada de un espectáculo en la plaza principal.
Un niño que andaba asomado en la ventana de su casa, a todo lo que da, anunció:

-¡Vayamos a la plaza!
La gente salía con desconcierto y se dirigía al lugar de encuentro. Algunos con sus instrumentos de trabajo en mano: el carpintero con su martillo. el zapatero con un zapato y el peluquero con las tijeras. También una señora con los ruleros a medio poner, una mujer dándole el biberón a su bebé, los ancianos lentos con sus bastones o silla de ruedas y un montón de niños que bajaban de las sierras de alrededor. Nadie quería perderse lo que iría a pasar.
Todos impacientes se juntaron en un extremo de la plazoleta, frente al camioncito que se había detenido. La música había cesado. Músicos y payasos se mezclaron entre el publico.
De la cabina trasera de la colorida camioneta se abrieron dos postigones.
El murmullo se acalló cuando se vio salir por esa ventana a unos simpáticos títeres.
¡Qué hermoso! Las caras de grandes y niños se iban transformando, siguiendo la pícara historia con tanta atención que ni el vuelo de una mosca se sentía. Algunos se acomodaron en el piso, otros se quedaron parados. El entorno se nubló. Los muñecos chillones y humanos disfrutaban de ese compartir. Las emociones se sentían y se exteriorizaban. La magia y la inocencia hacían su travesía en ese clima, mientras la hora transcurría sin que nada ni nadie se diera cuenta. Solo un dialogo con la fantasía se percibía.
Llegando al final de la historia la música comenzó otra vez, en forma suave. Los muñecos se despidieron hasta la vuelta, los postigones se cerraron, saludando con la mano un payaso se alejaba, mientras el arlequín agitaba, otra vez el estandarte y con el camioncito en marcha, el grupo se perdía entre las angostas callejuelas.
La gente en la plaza cerró su boca, que había quedado abierta por tanto asombro y pensativos se dirigían cada uno a su lugar. Un niño preguntó a su madre en voz muy alta:

- Mamá, ¿quienes eran?...
Así comenzó el cuchicheo en el vecindario. Nadie los conocía, pero por días y días, los comentarios corrían relatando tan inolvidable experiencia.
Sólo se sabía que era "El grupito de la Fantasía" y que volverían al mes siguiente.
Todos esperaban ansiosos ese momento, donde la imaginación como traviesa brisa fluía en tierra cordobesa.

(Villa Allende es un pueblo de paisaje serrano de Córdoba, Argentina, donde vivía mi abuela).

María Inés arias