jueves, 29 de octubre de 2020

La mala memoria

Me contaron hace tiempo una historia muy estúpida, sombría y conmovedora. Un señor se presenta un día en un hotel y pide una habitación. Le dan el número 35. Al bajar,  minutos después, deja la llave en la administración y dice:

-Excúseme, soy un hombre de muy poca memoria. Si me lo permite, cada vez que regrese le diré mi nombre: el señor Delouit, y entonces usted me repetirá el número de mi habitación.

-Muy bien, señor.

A poco, el hombre vuelve, abre la puerta de la oficina:

-El señor  Delouit.

Es el número 35.

-Gracias.

Un minuto después, un hombre extraordinariamente agitado, con el traje cubierto de barro, ensangrentado, y casi sin aspecto humano entra en la administración del hotel y dice al empleado:

-El señor Delouit.

-¿Cómo? ¿El señor Delouit? A otro con ese cuento. El señor Delouit acaba de subir.

-Perdón, soy yo… Acabo de caer por la ventana. ¿Quiere hace el favor de decirme el número de mi habitación?

André Breton

Imagen:https://www.google.com/

viernes, 23 de octubre de 2020

  Evolución del Circo

Los antiguos romanos aceptaban como un único disfrute ver a los leones atacando, matando y devorando seres humanos. En las corridas de toros, el animal tiene menos posibilidades, aunque se le da la posibilidad de defenderse y en ocasiones, se le perdona la vida. En los circos de mi infancia, los animales amaestrados hacían lo que les mandaba el domador, era un espectáculo de obediencia pura, una cualidad que los seres humanos suelen confundir con inteligencia, como si no fuera la rebeldía la más obvia señal del pensamiento propio. Pero en el circo actual ya no hay animales, no se considera correcta ni edificante nuestra presencia, se habla de los castigos y torturas con los que nos enseñan a hacer nuestras suerte. Como los hombres sin brazos y las mujeres barbudas, los animales amaestrados hemos caído en desgracia, de qué sirve, por ejemplo, esta cosa con habilidades literarias en un mundo en el que tan pocos leen. Tengo la esperanza de que pronto nos dé de comer gente otra vez.

Ana María Shua

sábado, 17 de octubre de 2020

 La habitación maldita

Llegué sin reserva porque para eso soy cliente habitual, pero no quisieron darme la única habitación que les quedaba. A regañadientes me entregaron la llave y se ofrecieron a buscarme una suite en otro hotel de la cadena, mas ya estaba muy cansado y subí sin hacerles caso. La decoración no era la misma de las otras habitaciones: las paredes estaban llenas de crucifijos y los espejos apenas reflejaban mis movimientos. Recién cuando me eché en la cama reparé en la pintura del techo: un Cristo viejo y enfermo que me miraba sobrecogido. Me dormí con la inexplicable sensación de sentirme amortajado.. Un clavo de frío me despertó, y junto a la cama una mujer de niebla me dijo con infinita tristeza: “¿Por qué has sido tan imprudente? Ahora te quedarás tú”. Desde entonces sigo esperando que venga otro, para despertarlo con mis dedos de hielo y poder dormir de una vez.

Fernando Iwasaki

Imagen:https://www.google.com/




sábado, 10 de octubre de 2020

 Canción cubana

¡Ay, José, así no se puede!

¡Ay, José, así no sé!

¡Ay, José, así no”

¡Ay, José, así!

¡Ay, José ¡

¡Ay!

Guillermo Cabrera Infante

Imagen:https://www.google.com/

sábado, 3 de octubre de 2020

Estuvo en la guerra

De pronto, todas las cabezas desaparecieron. Abrió más los ojos. Trató de perforar con la mirada la luz de los reflectores implacables. Sobre el campo, los jugadores corrían en todas direcciones. Un sordo, pavoroso clamor envolvía sus cuerpos sin cabezas. Agitaban sus brazos confusamente.  Como si dirigieran su propia macabra danza. La danza macabra.

Él estaba tenso. El ruido martilleaba sus tímpanos. Creció su miedo, Ahora los rostros giraban en la cancha. Reflejaban un terror indescriptible. Su propio terror. No perseguían la pelota. Huían desesperados. Brincaban absurdamente. Con el salto mortal del soldado. Desaparecían. Volvían a emerger. Volaban. Destruidos en pedazos al chocar unos contra otros.

Empezó a oír el graznido de las ametralladoras. El ruido del mar. El ruido del miedo. El silbatazo de ataque. Y gritó. Gritos espantosos que taladraban la espina dorsal, ¿Llegaría a disparar por fin el cañón camuflado bajo la malla del arco?

Reaparecieron las cabezas y los cuerpos. Las cabezas subían y bajaban las gradas. Saltaban a la izquierda y a la derecha. Uno, dos. Uno, dos. A la derecha y a la izquierda. Uno, dos. Rodaban unas sobre otras. Saltaban unas sobre otras. Uno, dos. Lo aplastaban. Iban a aplastarlo. Uno, dos. Y los gritos…

Se lanzó por las escaleras. A ganar la playa. A esconderse en las trincheras. La salida. A empellones. Empujando los cadáveres móviles que cerraban el paso.

La puerta. La plaza. Arriba, siempre al cielo. El cielo.

Detuvo el taxi. Al hotel.

Cerró los ojos. Los abrió de nuevo. ¿Y el chófer? Había desaparecido. Él iba solo sobre el tanque qe devoraba las avenidas. Traspasaba los muros. Se estrellaba contra los árboles. Mil reflectores enfocaban su marcha. Más aprisa. Aprisa.

Luego, lo de siempre: el silencio largo.

-¿Le pasa algo?

Pagó. Entró en el hotel. A su cuarto. Se desplomó sobre la cama.

A gemir la paz definitivamente perdida para él.

Edmundo Valdés

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domingo, 27 de septiembre de 2020

Que nadie las despierte

Nada me produce más horror que volver a casa de madrugada por cualquiera de esas flamantes autopistas que circunvalan mi ciudad. Los carteles fosforescentes me infunden un sosiego adormilador, y las luces de los coches se disuelven liquidas en la cremosa oscuridad. Me hipnotiza ese veloz resplandor que engulle las líneas blancas de la autovía y me pregunto si acabaré en la cuneta o contra los pilotes que reverberan gelatinosos, casi difuminados por los pinceles de mis párpados.

De pronto pienso en las niñas y me enderezo, me abronco, me pellizco, Ellas desean verme al despertar, y si muero mientras duermen las condenaría a una feroz vigilia de pesadillas. Pero el sueño en la carretera me envuelve con redes sutiles y bostezo como los túneles o cabeceo al viento  como las soñolientas adelfas, cuajadas en la insoportable monotonía de las regueras. A lo lejos brilla turbia la ciudad y en la duermevela busco las farolas de mi calle, la luz del portal de casa, la lámpara de mi mesilla de noche…

Ya en la cama me acurruco jun to a mis hijas, abrazo sus cuerpos tibios y beso sus mejillas como flanes. Entonces me arrasan las lágrimas y estremecido por la inercia de la velocidad me invade una sonámbula sensación de zozobra. Tal vez aún estoy en la autopista, acaso jamás llegué a casa. Y demudado espero hasta el alba porque no quiero despertarlas y que descubran que quien las sueña soy yo.

Fernando Ywasaki

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martes, 22 de septiembre de 2020

Comunión matutina

 De improviso, me ha alcanzado eta mañana un aluvión de alegrías, como manada de corzos saltarines: el beso madrugador de mi esposa; la voz, que no el 'guasap', de mis hijos al teléfono; la roja eclosión de la dalia en el jardín al tiempo que el amarillo girasol inicia el giro; el tímido primer rayo de sol tras la nubecilla que se aleja; el celo de la pájara en el alero, con su pico cargado, tratando de calmar la sonora desazón  de su pequeños; la paz redonda de la mañana azul; el caminar de esa pareja de amantes maduros, cogidos de la mano y poseyendo el mundo…

Cierro los ojos, y entro en la armonía cósmica con el pie derecho. Al caer en la cuenta, la respiro consciente y honda. Un minuto en silencio y me dispongo a asearme para no desentonar.

Félix


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