Que nadie las despierte
Nada me produce más horror que
volver a casa de madrugada por cualquiera de esas flamantes autopistas que
circunvalan mi ciudad. Los carteles fosforescentes me infunden un sosiego
adormilador, y las luces de los coches se disuelven liquidas en la cremosa
oscuridad. Me hipnotiza ese veloz resplandor que engulle las líneas blancas de
la autovía y me pregunto si acabaré en la cuneta o contra los pilotes que
reverberan gelatinosos, casi difuminados por los pinceles de mis párpados.
De pronto pienso en las niñas y
me enderezo, me abronco, me pellizco, Ellas desean verme al despertar, y si
muero mientras duermen las condenaría a una feroz vigilia de pesadillas. Pero
el sueño en la carretera me envuelve con redes sutiles y bostezo como los
túneles o cabeceo al viento como las
soñolientas adelfas, cuajadas en la insoportable monotonía de las regueras. A
lo lejos brilla turbia la ciudad y en la duermevela busco las farolas de mi
calle, la luz del portal de casa, la lámpara de mi mesilla de noche…
Ya en la cama me acurruco jun
to a mis hijas, abrazo sus cuerpos tibios y beso sus mejillas como flanes. Entonces
me arrasan las lágrimas y estremecido por la inercia de la velocidad me invade
una sonámbula sensación de zozobra. Tal vez aún estoy en la autopista, acaso
jamás llegué a casa. Y demudado espero hasta el alba porque no quiero
despertarlas y que descubran que quien las sueña soy yo.
Fernando Ywasaki
Imagen:https://www.google.com/
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