viernes, 23 de abril de 2021

La sombra de las jugadas

En uno de los cuentos que integran la serie de lo Mabinogion, dos reyes amigos juegan al ajedrez, mientras en un valle sus ejércitos luchan y se destrozan. Llegan mensajeros con noticias de la batalla; los reyes no parecen oírlos e, inclinados sobre el tablero de plata mueven las piezas de oro. Gradualmente se aclara que las vicisitudes del combate siguen las vicisitudes del juego. Hacia el atardecer, uno de os reyes derriba el tablero, porque le han dado jaque mate y poco después un jinete ensangrentado le anuncia: Tu ejército huye, has perdido el reino.

Edwin Morgan

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sábado, 17 de abril de 2021

El sueño de la mariposa

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

Chuang Tzu

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domingo, 11 de abril de 2021

Veintisiete

Un señor que poseía un caballo de excepcional elegancia, una mansión fortificada, tres criados y una viña, creyó entender, por la manera cómo se habían dispuesto los cirros en torno al sol, que debía abandonar Corualles, en donde siempre había vivido, y dirigirse a Roma, en donde, suponía, tendría ocasión de hablar con el emperador. No era un mitómano ni un aventurero, pero aquellos cirros le hacían pensar. No empleó más de tres días en los preparativos, escribió una vaga carta su hermana, otra todavía más vaga a una mujer que, por puro ocio, había pensado en pedir por esposa, ofreció un sacrificio a los dioses y partió, una mañana fría y despejada. Atravesó el canal que separa la Galia de Cornualles y no tardó en encontrarse en una zona llena de bosques, sin ningún camino; el cielo estaba agitado y él con frecuencia buscaba abrigo, con su caballo, en grutas que no mostraban rastros de presencia humana. El día decimosegundo encontró en un vado un esqueleto de hombre, con una flecha entre las costillas: cuando lo tocó, se pulverizó, y la flecha rodó entre los guijarros con un tintineo metálico. Al cabo de un mes encontró una miserable aldea, habitada por aldeanos cuya lengua no entendía. Le pareció que le prevenían de alguna cosa. Tres días después encontró un gigante, de rostro obtuso y tres ojos. Le salvó el velocísimo caballo y permaneció oculto durante una semana en una selva en la que no penetraría jamás ningún gigante. Al segundo mes cruzó un país de poblados elegantes, ciudades llenas de gente, ruidosos mercados; encontró hombres de su misma tierra, supo que una secreta tristeza arruinaba aquella región, corroída por una lenta pestilencia. Cruzó las Alpes, comió lasagna en Mutina y bebió vino espumoso. A mediados del tercer mes llegó a Roma. Le pareció admirable, sin saber cuánto había decaído los últimos diez años. Se hablaba de peste, de envenenamientos, de emperadores viles o feroces, cuando no ambas cosas a un tiempo. Puesto que había llegado a Roma, intentó vivir allí al menos un año; enseñaba el córnico, practicaba esgrima, hacía dibujos exóticos para uso de los picapedreros imperiales. En la arena mató un toro y fue observado por un oficial de la corte. Un día encontró al emperador que, confundiéndole con otro, lo miró con odio. Tres días después el emperador fue desplazado y el gentilhombre de Cornualles aclamado emperador. Pero no era feliz. Siempre se preguntaba qué habían querido decir aquellos cirros. ¿los había entendido mal? Estaba meditabundo y atormentado; se tranquilizó el día en que el oficial de la corte apuntó la espada contra su garganta.

Giorgio Manganelli

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domingo, 4 de abril de 2021

Superconciencia

Por medio de los microscopios, los microbios observan a los sabios.

Luis Vidales

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martes, 30 de marzo de 2021

La mortaja

La madre se encargó de decirles a todos que cuando llegara la hora de su muerte, encontrarían su mortaja envuelta en una funda de plástico en el primer cajón de su armario.

Rotos de dolor sus hijos se apresuraron a cumplir el último deseo de la difunta. Abrieron la gaveta y en ella encontraron un envuelto que les llenó de asombro. Un traje de faralaes de color rojo y lunares blancos, acompañado de mantoncillo, pendientes, peineta y tocado de flores. Se miraron un poco asombrados, pero enseguida una gran sonrisa iluminó sus rostros. Su madre había sido una mujer alegre y vitalista, amante de la feria de abril y del camino rociero. Si ella sí lo había dispuesto, no había lugar a vacilaciones.

Vistieron a la fallecida con la bata de volantes y la ataviaron con todos los adornos. Algunos dijeron que, con el fin de evitar habladurías, sería mejor mantener cerrada la tapa del ataúd. Los demás no estuvieron de acuerdo y la madre lució su funeral más flamenca que nunca.

Al mes del entierro, los afligidos herederos recibieron una llamada que les dejó perplejos. Una amiga de la madre les reclamaba el traje de lunares. Con voz meliflua les contó que se lo había prometido al amadrinarla en su bautizo rociero diez años antes.

Abrieron el cajón del armario y ante su estupor apareció una bolsa de tintorería. Envolvía un vestido de lana marrón de factura simple y bata con un escapulario conocido por todos. Y entonces se miraron consternados. Comprendieron que la última voluntad de su madre había sido ser enterrada con el hábito de la Virgen del Carmen para lograr ciertas indulgencias. Y en vez de eso, había llamado a la puerta de San Pedro ataviada como Marujita Díaz.

Chelo Pineda Pizarro

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miércoles, 24 de marzo de 2021

El triángulo amoroso

La ballena macho estaba desolada porque su mujer se había enamorado de un submarino.

Carlos Héctor


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jueves, 18 de marzo de 2021

El otro

Me pidió permiso para sentarse a mi mesa y se sentó. Un surco ennegrecido le surcaba la garganta. No pude evitar un escalofrío.

-¿Le llama la atención mi cicatriz? – preguntó el joven.

-¡Ah, no! -fue mi hipócrita respuesta.

-Es una desgracia que aún me tortura. Al final de la guerra me hicieron prisionero y un oficial me sableó. Me dieron por muerto, me abandonaron.

-¿Al final de qué guerra?

-De la guerra contra España.

-¿Cómo?

-De la guerra contra España.

Llamé al camarero. Le pedí la cuenta y agregué:

-Mire a ver qué desea tomar el señor.

-¿Qué señor? –masculló el camarero?

Manuel Díaz Martínez

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