Día de difuntos
Cuando llegué al tanatorio,
encontré a mi madre enlutada en las escaleras. –Pero mamá, tú estás muerta. -Tú
también, mi niño. Y nos abrazamos desolados.
Fernando Iwasaki
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La pequeña muerte
No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser si matándonos nos nace.
Eduardo Galeano
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La culpa del cambio climático la tienen los almendros
Ingenuo, coqueto y de buen corazón, el
almendro es un árbol bohemio, amante de la vida. Hace las cosas a corazonadas,
sin madurarlas, como los adolescentes hacen. Debido a su inconsciencia, cada
año venían floreciendo los almendros antes de tiempo, queriendo anticipar la
primavera. En las primeras semanas de febrero solían pugnar por ser los
primeros en regalarnos sus hermosas flores; y solía suceder que
indefectiblemente cada año quedaba helada en las ramas su primera floración. En
vez de escarmentar, los almendros han seguido regalando su hermosura
prematuramente…
Son tan cabezotas y hasta tal punto han
insistido, que el despiadado y frío invierno se ha enamorado de sus flores, se
le ha ablandado el corazón y ha sido capaz de cambiar sus hábitos por no
lastimar más sus floraciones.
Como resultado, ahora desde mediados de enero los almendros ríen felices, sin temor a la helada. Saben que su enamorado los va a mimar con su caricia tibia…
Félix
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La historia viene de lejos
El primero que lo dijo no fue Diógenes
el cínico sino el cíclope Polifemo. Interrogado por Ulises sobre las razones de
su misoginia, Polifemo pronunció el famoso discurso:
“Tener relaciones sexuales con una
prostituta cuesta dinero y puede costarte la salud. Tenerlas con una virgen te
hace correr el riesgo de que los padres te obliguen a casarte. Amar a tu propia
mujer es aburrido. A la ajena, peligroso. A un hombre, repugnante. Yo me libro
de todos esos inconvenientes gracias a mi mano derecha” Y añadió: “Te aclaro,
por las dudas, que la mano derecha no practica el adulterio”.
Ulises bromeó: “¿Y tu mano izquierda?” Polifemo bajó la voz: “No lo repitas, pero soy bígamo”. Las carcajadas del risueño Ulises interrumpieron la siesta de los dioses.
Marco Denevi
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Monsieur le Revenant
Todo comenzó viendo televisión
hasta media noche, en uno de esos canales por cable que sólo pasan películas de
terror de bajo presupuesto. Luego vinieron el desasosiego y los bares de mala
muerte, las borracheras vertiginosas y las cofradías siniestras de madrugada.
Por eso perdí mi trabajo, porque dormía de día hasta resucitar en la noche,
insomne y hambriento. No es fácil convertirse en un trasnochador cuando toda la
vida has disfrutado del sol y de los horarios comerciales, pero la noche tiene
sus propias leyes y también sus negocios. Así caí en aquella mafia de hombres decadentes y mujeres
fatales. Malditos sean. Siempre regreso temeroso de las primeras luces del alba
para desmoronarme en la cama, donde despierto anochecido y avergonzado sobre
vómitos coagulados. Tengo mala cara. Me veo en el espejo y me provoca llorar.
Lo del espejo es mentira. Lo de los crucifijos también.
Fernando Iwasaki
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Última empresa
Las ideas las tenía yo, ella las ponía en práctica. En general a mí las ideas se me ocurrían cuando espantaba recuerdos o cuando sentado a mi escritorio de ideas jugueteaba con la réplica del puñal de Sandokán, o miraba arder el fuego de la salamandra o miraba el cielo a través de la ventana. Yo hubiera querido, y se lo dije a ella muchas veces, que todas las ideas hubieran sido sometidas a un control estricto de calidad. Yo quería tirar las ideas sobre el escritorio de ideas, atacarlas por los cuatro costados, ver hasta dónde resistían, hasta dónde eran visibles y después hasta dónde eran recitables. Pero ella las ponía en práctica enseguida. Así era ella.
Isidoro Blaisten
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