Parpadeos
Sólo hay tres clases de ciegos
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El elefante blanco
En varios países de Asia, se venera a los elefantes, en especial a los blancos. Tienen por establo un palacio, comen en recipientes de oro, todos los hombres se postran ante ellos y los pueblos luchan para arrebatarse tan preciado tesoro. Uno d estos elefantes, gran pensador, inteligente, le preguntó un buen día a uno de sus conductores por qué le rendían tantos honores, dado que en el fondo él no era más que un simple animal.
-¡Ay! Eres demasiado humilde -fue la respuesta-. Todos
conocemos tu dignidad y toda la India sabe que, al abandonar esta vida, las
almas de los héroes armados por la patria habitan por un tiempo en el cuerpo de
los elefantes blancos. Nuestros
sacerdotes lo han dicho, por lo tanto debe ser así.
-¡Cómo! ¿Somos considerados héroes?
-Sin duda.
-De no serlo, ¿podríamos disfrutar en paz, en la selva, de
lso tesoros de la naturaleza?
-Sí, señor.
-Amigo mío, entonces déjeme ir, porque te han engañado, te
lo aseguro; si reflexionas, comprenderás de inmediato el error; somos altivos
pero cariñosos; moderados pero poderosos; no injuriamos a los débiles; en nuestro corazón, el amor sigue las leyes del
pudor; pese a la situación privilegiada en la que nos encontramos, los honores
no han modificado nuestras virtudes. ¿Qué más pruebas se necesitan? ¿Cómo es
posible que alguien hay visto en nosotros el menor rasgo humano?
Jean-Pierre Claris de Florian
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El salón antiguo
Nunca me gustó el salón antiguo de la casa de los abuelos. Todo oscuro, todo grande, todo lleno de cuadros feos. En uno hay una señora que te mira molesta, en otro se ve a una niña que parece un fantasma, y encima hay un cristo que da miedo. Cada vez que abren el salón antiguo todo el mundo se pone muy triste, y justo ahora que me han dejado entrar no me dejan salir. Mi mamá se ha pasado horas de horas llorando, como el día en que metieron al abuelo en el salón. Nadie me vio, pero yo sí lo vi. ¡Cómo lloraba mamá! Como ahora, tosiendo sin parar. Todos se han ido del salón antiguo y se han olvidado de mí. Igual que el día del abuelo. La señora me mira con odio, esa niña me está llamando, el Cristo tiene un corazón en la mano y yo no me puedo escapar de esta caja.
Fernando Iwasaki
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Padre nuestro que estás en el cielo
Mientras el sargento interrogaba a su
madre y a su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra
pieza…
¿Dónde está tu padre? –preguntó.
•-Está en el cielo –susurró él.
-¿Cómo? ¿Ha muerto? -Preguntó
asombrado el capitán.
-No –dijo el niño- Todas las noches
baja del cielo a comer con nosotros.
El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.
José Leandro Urbina
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El insomnio
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el
sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas.
Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede
dormir. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le
confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un
pequeño paseo a fin de candarse un poco. Que en seguida tome una taza de tila y
que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar.
Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre
no se duerme. A las seis de la mañana carga un revólver y se levanta la tapa de
los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio
es una cosa muy persistente.
Virgilio Piñera
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