Sin título
-Lo sé –decía el escritor honrado-. He escrito la mitad de lo que quería escribir y publicado el doble de lo que debí publicar.
Marco Denevi
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Mi hermano
Nunca le perdoné a mi hermano gemelo
que me abandonara durante siete minutos en la barriga de mamá, y me dejara allí,
solo, aterrorizado en la oscuridad, flotando como un astronauta en aquel
líquido viscoso, y oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos. Fueron
los siete minutos más largos de mi vida, y los que a la postre determinarían
que mi hermano fuera el promogénito y el favorito de mamá.
Desde entonces salía antes que Pablo
de todos los sitios: de la habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine...
aunque ello me costara el final de la película. Un día me distraje y mi hermano
salió antes que yo a la calle, y mientras
me miraba con aquella sonrisa adorable,
un coche se lo llevó por delante. Recuerdo que mi madre, al oír el golpe, salió
de la casa y pasó ante mí corriendo y gritando mi nombre, con los brazos
extendidos hacia el cadáver de mi hermano. Yo nunca la saqué de su error.
Rafael Novoa
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Los monos
Wolfgang Kohler perdió cinco años en
Tetuán tratando de hacer pensar a un chimpancé. Le propuso como buen alemán,
toda una serie de trampas mentales. Lo obligó a encontrar la salida de
complicados laberintos; lo hizo alcanzar difíciles golosinas, valiéndose de
escaleras, puertas, perchas y bastones. Después de semejante entrenamiento, Mono
llega a ser el simio más inteligente del mundo; pero fiel a su especie distrajo
todos los ocios del psicólogo y obtuvo sus raciones sin transporte el umbral de
la conciencia. Le ofrecieron la libertad, pero prefirió quedarse en la jaula.
Ya muchos milenios antes (¿cuántos?),
los monos decidieron acerca de su destino oponiéndose a la tentación de ser
hombres. No cayeron en la empresa nacional y siguen todavía en el paraíso:
caricaturales, obscenos y libres a su manera. Los vemos ahora en el zoológico,
como un espejo depresivo: nos miran con sarcasmo y con pena, porque seguimos
observando su conducta animal.
Atados a una dependencia invisible,
danzamos al son que nos tocan, como el mono de organillo. Buscamos sin hallar
las salidas del laberinto en que caímos, y la razón fracasa en la captura de
inalcanzables frutas metafísicas.
La dilatada entrevista de Mono y
Wolfgang Kohler ha cancelado para siempre toda esperanza, y acabó en otra
despedida melancólica que suena a fracaso.
(El homo sapiens fue a la universidad alemana para redactar el célebre tratado sobre la inteligencia de los antropoides, que le dio fama y fortuna, mientras Mono se quedaba para siempre en Tetuán, gozando una pensión vitalicia de frutas al alcance de su mano).
Juan José Arreola
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Naufragio
Después de pasar toda la noche
braceando en las frías aguas del Atlántico, llegó exhausto a la orilla justo
cuando empezaban a clarear las primeras luces de la mañana, Exhausto, se
arrojó sobre la arena y, palpando tierra seca, se echó a llorar de rabia y
alegría: sabía que estaba salvo. Cuando se giró para maldecir a ese
desaprensivo océano que había tratado de acabar con su vida, vio que allí no
había agua sino un inhóspito e interminable desierto. ¡Un desierto! El náufrago
se echó a llorar de nuvo. Pero de repente vislumbró a lo lejos un reluciente
oasis. Venciendo el cansancio, empezó a correr en dirección hacia el oasis. El
suelo, duro y agreste, lastimaba sus pies desnudos. Loco de emoción –el
objetivo estaba cada vez más cerca-, el náufrago recobró la creencia de que la
felicidad es posible. Aquel pensamiento no duró demasiado, porque a pocos
metros de alcanzar el oasis el desierto se cubrió nuevamente con las frías
aguas del Atlántico, Su vida volvía a correr peligro.
Tuvo que sacar fuerzas de flaqueza
para bracear por segunda vez hasta ganar la orilla. Afortunadamente, en esta
ocasión las olas jugaban a su favor. Y también por segunda vez alcanzó la arena,
tumbándose sobre ella, más exhausto aún si cabe, ahora con más rabia que
alegría, prometiéndose no abrir los ojos bajo ningún concepto. Y en esa
posición hubiera estado el día entero de no ser porque su mujer entró en la
habitación, vistiendo una raída bata de color fucsia, los rulos en la cabeza y
los brazos en jarras, para preguntarle, airada, si tenía pensado quedarse toda
la mañana del domingo en la cama, o si por el contrario iba a levantarse de una
vez para ayudarle en las tareas domésticas.
El hombre, incapaz de seguir
escuchando la voz agreste de su malhumorada esposa, por la que ya no sentía
sino hastío, se tapó los oídos y hundió el rostro en la vivificante arena.
Francisco Rodríguez Criado.
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La sirena inconforme
Usó todas sus voces, todos sus
registros; en cierta forma se extralimitó: quedó afónica quién sabe por cuánto
tiempo. Las otras pronto se dieron cuenta de que era poco lo que podían hacer,
de que el aburridor y astuto Ulises había empleado una vez más su ingenio, y
con cierto alivio se resignaron a dejarlo pasar.
Ésta no; ésta luchó hasta el fin,
incluso después de que aquel hombre tan amado y deseado desapareció
definitivamente. Pero el tiempo es terco y pasa y todo vuelve. Al regreso del
héroe, cuando sus compañeras, aleccionadas por la experiencia, ni siquiera
tratan de repetir sus vanas insinuaciones, sumisa, con la voz apagada, y
persuadida de la inutilidad de su intento, sigue cantando.
Por su parte, más seguro de sí
mismo, como quien había viajado tanto, esta vez Ulises se detuvo, desembarcó,
le estrechó la mano, escuchó el canto solitario durante un tiempo según él más
o menos discreto, y cuando lo consideró oportuno la poseyó ingeniosamente; poco
después, de acuerdo con su costumbre, huyó.
De esta unión nació el fabuloso
Hygrós, o sea ‘El Húmedo’ en nuestro seco español. Posteriormente proclamado patrón de las
vírgenes solitarias, las pálidas prostitutas que las compañías navieras
contratan para entretener a los pasajeros tímidos que en las noches deambulan
por las cubiertas de sus vastos trasatlánticos, los pobres, los ricos, y otras
causas perdidas.
Augusto Monterroso
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