Los monos
Wolfgang Kohler perdió cinco años en
Tetuán tratando de hacer pensar a un chimpancé. Le propuso como buen alemán,
toda una serie de trampas mentales. Lo obligó a encontrar la salida de
complicados laberintos; lo hizo alcanzar difíciles golosinas, valiéndose de
escaleras, puertas, perchas y bastones. Después de semejante entrenamiento, Mono
llega a ser el simio más inteligente del mundo; pero fiel a su especie distrajo
todos los ocios del psicólogo y obtuvo sus raciones sin transporte el umbral de
la conciencia. Le ofrecieron la libertad, pero prefirió quedarse en la jaula.
Ya muchos milenios antes (¿cuántos?),
los monos decidieron acerca de su destino oponiéndose a la tentación de ser
hombres. No cayeron en la empresa nacional y siguen todavía en el paraíso:
caricaturales, obscenos y libres a su manera. Los vemos ahora en el zoológico,
como un espejo depresivo: nos miran con sarcasmo y con pena, porque seguimos
observando su conducta animal.
Atados a una dependencia invisible,
danzamos al son que nos tocan, como el mono de organillo. Buscamos sin hallar
las salidas del laberinto en que caímos, y la razón fracasa en la captura de
inalcanzables frutas metafísicas.
La dilatada entrevista de Mono y
Wolfgang Kohler ha cancelado para siempre toda esperanza, y acabó en otra
despedida melancólica que suena a fracaso.
(El homo sapiens fue a la universidad alemana para redactar el célebre tratado sobre la inteligencia de los antropoides, que le dio fama y fortuna, mientras Mono se quedaba para siempre en Tetuán, gozando una pensión vitalicia de frutas al alcance de su mano).
Juan José Arreola
Imagen:https://www.blogger.com/
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