La sirena inconforme
Usó todas sus voces, todos sus
registros; en cierta forma se extralimitó: quedó afónica quién sabe por cuánto
tiempo. Las otras pronto se dieron cuenta de que era poco lo que podían hacer,
de que el aburridor y astuto Ulises había empleado una vez más su ingenio, y
con cierto alivio se resignaron a dejarlo pasar.
Ésta no; ésta luchó hasta el fin,
incluso después de que aquel hombre tan amado y deseado desapareció
definitivamente. Pero el tiempo es terco y pasa y todo vuelve. Al regreso del
héroe, cuando sus compañeras, aleccionadas por la experiencia, ni siquiera
tratan de repetir sus vanas insinuaciones, sumisa, con la voz apagada, y
persuadida de la inutilidad de su intento, sigue cantando.
Por su parte, más seguro de sí
mismo, como quien había viajado tanto, esta vez Ulises se detuvo, desembarcó,
le estrechó la mano, escuchó el canto solitario durante un tiempo según él más
o menos discreto, y cuando lo consideró oportuno la poseyó ingeniosamente; poco
después, de acuerdo con su costumbre, huyó.
De esta unión nació el fabuloso
Hygrós, o sea ‘El Húmedo’ en nuestro seco español. Posteriormente proclamado patrón de las
vírgenes solitarias, las pálidas prostitutas que las compañías navieras
contratan para entretener a los pasajeros tímidos que en las noches deambulan
por las cubiertas de sus vastos trasatlánticos, los pobres, los ricos, y otras
causas perdidas.
Augusto Monterroso
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