domingo, 10 de noviembre de 2024

Naufragio

Después de pasar toda la noche braceando en las frías aguas del Atlántico, llegó exhausto a la orilla justo cuando empezaban a clarear las primeras luces de la mañana, Exhausto, se arrojó sobre la arena y, palpando tierra seca, se echó a llorar de rabia y alegría: sabía que estaba salvo. Cuando se giró para maldecir a ese desaprensivo océano que había tratado de acabar con su vida, vio que allí no había agua sino un inhóspito e interminable desierto. ¡Un desierto! El náufrago se echó a llorar de nuvo. Pero de repente vislumbró a lo lejos un reluciente oasis. Venciendo el cansancio, empezó a correr en dirección hacia el oasis. El suelo, duro y agreste, lastimaba sus pies desnudos. Loco de emoción –el objetivo estaba cada vez más cerca-, el náufrago recobró la creencia de que la felicidad es posible. Aquel pensamiento no duró demasiado, porque a pocos metros de alcanzar el oasis el desierto se cubrió nuevamente con las frías aguas del Atlántico, Su vida volvía a correr peligro.

Tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para bracear por segunda vez hasta ganar la orilla. Afortunadamente, en esta ocasión las olas jugaban a su favor. Y también por segunda vez alcanzó la arena, tumbándose sobre ella, más exhausto aún si cabe, ahora con más rabia que alegría, prometiéndose no abrir los ojos bajo ningún concepto. Y en esa posición hubiera estado el día entero de no ser porque su mujer entró en la habitación, vistiendo una raída bata de color fucsia, los rulos en la cabeza y los brazos en jarras, para preguntarle, airada, si tenía pensado quedarse toda la mañana del domingo en la cama, o si por el contrario iba a levantarse de una vez para ayudarle en las tareas domésticas.

El hombre, incapaz de seguir escuchando la voz agreste de su malhumorada esposa, por la que ya no sentía sino hastío, se tapó los oídos y hundió el rostro en la vivificante arena.

Francisco Rodríguez Criado.

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lunes, 4 de noviembre de 2024

La sirena inconforme

Usó todas sus voces, todos sus registros; en cierta forma se extralimitó: quedó afónica quién sabe por cuánto tiempo. Las otras pronto se dieron cuenta de que era poco lo que podían hacer, de que el aburridor y astuto Ulises había empleado una vez más su ingenio, y con cierto alivio se resignaron a dejarlo pasar.

Ésta no; ésta luchó hasta el fin, incluso después de que aquel hombre tan amado y deseado desapareció definitivamente. Pero el tiempo es terco y pasa y todo vuelve. Al regreso del héroe, cuando sus compañeras, aleccionadas por la experiencia, ni siquiera tratan de repetir sus vanas insinuaciones, sumisa, con la voz apagada, y persuadida de la inutilidad de su intento, sigue cantando.

Por su parte, más seguro de sí mismo, como quien había viajado tanto, esta vez Ulises se detuvo, desembarcó, le estrechó la mano, escuchó el canto solitario durante un tiempo según él más o menos discreto, y cuando lo consideró oportuno la poseyó ingeniosamente; poco después, de acuerdo con su costumbre, huyó.

De esta unión nació el fabuloso Hygrós, o sea El Húmedo’ en nuestro seco español. Posteriormente proclamado patrón de las vírgenes solitarias, las pálidas prostitutas que las compañías navieras contratan para entretener a los pasajeros tímidos que en las noches deambulan por las cubiertas de sus vastos trasatlánticos, los pobres, los ricos, y otras causas perdidas.

Augusto Monterroso

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miércoles, 30 de octubre de 2024

Un mecenas

La hermosa y sensual señora se acostaba con los jóvenes escritores nacionales para mejorar la calidad de la nueva literatura erótica mexicana.

José de la Colina

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miércoles, 23 de octubre de 2024

La caída (Alegoría chilena)

No se mueve ni una sola hoja sin que yo lo sepa, decía habitualmente. Un día, mecida por el fuerte viento que soplaba en el país, cayó suavemente desde el árbol una hojita que parecía insignificante hacia una tierra que la esperaba desde hacía largo tiempo. Entonces, y sólo entonces, el calló para siempre.

Manuel Pastrana Lozano

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jueves, 17 de octubre de 2024

Aves acuáticas

Por el agua y en la orilla, las aves acuáticas pasean; mujeres tontas que llevan con arrogancia unos ridículos atavíos. Aquí todos pertenecen al gran mundo, con zancos o sin ellos, y todos llevan guantes en las patas.

El pato golondrino, el cucharón y el tepalcate lucen en las plumas un esplendor de bisutería. El rojo escarlata, el azul turquesa, el armiño y el oro se prodigan en juegos de tornasol. Hay quien los lleva todos juntos en la ropa y no es más que una gallareta banal, un broceado corvejón que se nutre de pequeñas putrefacciones y que traduce en gala sus pesquisas de aficionado al pantano.

Pueblo multicolor y palabrero donde todos graznan y nadie se entiende. He visto al gran pelicano disputando con el ansarón una brizna de paja. He oído a las gansas discutir interminablemente acerca de nada, mientras los huevos ruedan sobre el suelo y se pudren bajo el sol, sin que nadie se tome el trabajo de empollarlos. Hembras y machos vienen y van por el salón, apostando a quién lo cruza con más contoneo. Interminables a más no poder, ignoran la realidad del agua en que viven.

Los cisnes atraviesan el estanque con vulgaridad fastuosa de frases hechas, aludiendo a nocturno y a plenilunio bajo el sol del mediodía. Y el cuello metafórico va repitiendo siempre el mismo plástico estribillo… Por lo menos hay uno negro que se distingue; flota garete junto a la orilla, llevando en una cesta de plumas la serpiente de su cuello dormido.

Entre toda esta gente, salvemos a la garza, que nos acostumbra a la idea de que sólo sumerge en el lodo una pata, alzada con esfuerzo de palafito ejemplar. Y que a veces se arrebuja y duerme bajo el abrigo de sus plumas ligeras, pintadas una a una por el japonés minucioso y amante de los detalles. A la garza que no cae en la tentación del cielo inferior, donde le espera un lecho de arcilla y podredumbre.

Juan José Arreola

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viernes, 11 de octubre de 2024

Cobarde

Durante una década su día a día consistió en torturar a presos políticos, sospechosos de terrorismo y contrarios al régimen para el cual él trabajaba. Le apodaban El Arcángel” y tenía entonces el grado de capitán. Cuando cayó la dictadura, se retiró como teniente coronel, pero nunca se logró precisar su culpa; tampoco la cantidad de sus víctimas, ni los nombres de los muertos que dejó tirados en los calabozos y zanjas. Las mujeres que violó en sucias barracas y los hombres a quienes sacó uñas y ojos quedaron borrados en expedientes judiciales que nunca se desempolvaron.

En 1992 el torturador se fue a vivir a un pueblo perdido del norte del país, donde cobraba mes a mes su pensión en el único cajero instalado a la vera de una estación de combustible. Un día extravió su tarjeta del cajero automático y debió acudir hasta la ventanilla del banco, de la ciudad más próxima, para solicitar una nueva. El empleado que trabajaba sobre una silla de ruedas lo reconoció en el acto: Era El Arcángel.

Cuando lo capturaron y lo llevaron al desierto para matarlo y borrar su  nombre de la faz de la tierra, fue incapaz de morir sin suplicar.

Ernesto Bustos Garrido

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domingo, 6 de octubre de 2024

Pequeños cuerpos

Los niños entraron en la casa y destrozaron las jaulas. La mujer encontró los cuerpos muertos y enloqueció. Los pájaros no regresaron.

Triunfo Arciniegas

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