miércoles, 27 de abril de 2016

Un paciente en disminución

El señor Ga había sido tan asiduo, dócil y prolongado paciente del doctor Terapéutica que ahora ya era sólo un pie. Extirpados sucesivamente los dientes, las amígdalas, el estómago, un riñón, un pulmón, el bazo, el colon, ahora llega el valet del seór Ga a llamr al doctor Terapéutica para que atendiera al pie del señor Ga, que lo mandaba llamar.
El doctor Terapéutica examinó detenidamente el pie y, meneando con grave modo la cabeza, resolvió:
-Hay demasiado pie, con razón se siente mal: le trazaré a un cirujano el corte necesario.


Macedonio Fernández

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martes, 19 de abril de 2016

Piando se quedó, mirando al suelo

Aquel poetastro volaba tan alto que se dormía en los aires como los vencejos. Era un loco Narciso, Ícaro impenitente buscando al astro rey. Le gustaba epatar escupiendo palabras. Cada mañana su esposa se asomaba a la ventana y agitaba un pañuelo rojo para hacerle saber que no había vuelto a casa desde el último nido y que ya era hora.
Aquel poetastro pensó por fin que su esposa tenía razón, descendió con temor de que le marearan las “bajuras” y le hizo el amor con la urgencia y necesidad de volver a las alturas.

Pero aquel poetastro tenía las alas tan largas  que, como le sucede a los vencejos, una vez posado en el suelo, ya no pudo remontar.

Félix

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miércoles, 13 de abril de 2016

El caballo volador

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En todas las versiones de este cuento clásico el caballo es de madera o de metal. La princesa es siempre bellísima y está encerrada más allá de las nubes. Su lujosa prisión suele ser un palacio que flota en el aire por arte de magia y otras veces una torre muy alta. Un príncipe es el héroe: monta en el caballo volador y se gana el amor de la princesa. En algunas versiones el caballo despliega sus alas. En otras, vuela llenando la tripa de aire. Curiosamente, el inventor de semejante prodigio es un sabio feo, insignificante, en ocasiones malvado, que entregaría con gusto la facultad de inventar caballos voladores a cambio  de ser el príncipe, a cambio de lograr el imposible amor de la princesa. Exactamente le pasa al autor del cuento.

Ana María Shua

jueves, 7 de abril de 2016

Triple sorpresa

Cuando Didacus, el fornido herrero, vio que Don Nuño de Montferrato regresaba al pueblo montado en su caballo, dejó de golpear el yunque, y puso pies en polvorosa.
Cuando Doña Mencia vio llegar a su esposo, al que creía entretenido en la Segunda Cruzada, se asustó tanto que se desmayó.

Cuando Don Nuño de Montferrato vio a su esposa desmayada y comprobó que el cinturón de castidad había desaparecido de su cuerpo, montó en cólera y persiguió al herrero, que iba  camino de la Tercera cruzada.

Félix

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jueves, 31 de marzo de 2016

El hombre que contaba historias

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Había una vez un hombre muy querido en su pueblo porque contaba historias. Todas las mañanas salía del pueblo y, cuando volvía por las noches, todos los trabajadores del pueblo, tras haber bregado todo el día, se reunían a su alrededor y le decían:
-Vamos, cuenta, ¡qué has visto hoy?
Él explicaba:
-He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un corro de silvanos.
-Sigue contando, ¿qué más has visto? –decían los hombres.
-Al llegar a la orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que peinaban sus verses cabellos con un peine de oro.

Y los hombres lo apreciaban porque les contaba historias.

Una mañana dejó su pueblo, como todas las mañanas… Mas al llegar a las orillas del mar, he aquí que vio a tres sirenas que, al filo de las olas, peinaban sus cabellos verdes con un peine de oro. Y, como continuara su paseo, en llegando cerca del bosque, vio a un fauno que tañía su flauta y obligaba a danzar a un corro de silvanos. Aquella noche, cuando volvió a su pueblo, como los otros días, le preguntaron:
-Vamos, cuenta, ¿qué has visto?

Él respondió:

-No he visto nada.

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Oscar Wilde

sábado, 26 de marzo de 2016

La cola del cielo

Era tan bueno que a los ciento siete años murió de bondad.
Era tan bueno que ya llevaba otros ciento siete años haciendo cola en las puertas del paraíso, porque como no protestaba, todos los pillos y tramposos se le colaban.

Aquel hombre era tan bueno que sólo se le ocurrió dejar en la recepción del paraíso celestial, una solicitud “a quien corresponda”, firmada y sellada, pidiendo que se instalase en sitio bien visible, un dispositivo para que todos los clientes recogieran su número de turno, según fueran llegando.

Félix





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sábado, 19 de marzo de 2016

La máquina del tiempo


Terminó por fin de construir el maravilloso invento: La máquina del tiempo tan largamente soñada en la imaginación de todos los tiempos, se alzaba ante él como una bella realidad. Tenía la forma de un cubo de ben tamaño, de reluciente metal pulido, en cuyo interior cabía un hombre cómodamente sentado, frente a un tablero compuesto de cuadrantes, manijas, botones, palancas y demás instrumentos propios de semejante aparato. Tras lo preparativos indispensables, se dispuso a emprender el ansiado viaje. Nervioso, tomó asiento en el artefacto, hizo girar una perilla hasta que en la carátula principal apareció la fecha deseada: “UN MILLÓN DE AÑOS A. C.”, y apretando los dientes, jaló con fuerza el bastón de mando. Un zumbido vertiginoso, luces multicolores en rapidísima sucesión, la sensación de flotar en el vacío… y de pronto, la quietud total. Temeroso, pero excitado a la vez, descendió de la máquina. Se encontró en medio de una extensa planicie, rodeado de exuberante vegetación primigenia, bajo un calor húmedo, sofocante, y el extraño rumor de la vida oculta, a la sombra de los volcanes en plena actividad. Contemplaba fascinado el fantástico escenario, cuando un espantoso rugido lo hizo volverse bruscamente: una gigantesca criatura, erguida sobre sus dos patas traseras, cubierta de pelo y con rasgos humanoides, se le venía encima vomitando toda su furia irracional. Con un movimiento instintivo, echó mano del revolver que llevaba al cinto, y vació toda su carga sobre aquel primate primordial.
En el mismo instante, él mismo, y con él incontables millones de evolución, y miles de años de historia y civilización, y las vidas de millones y millones de hombres y de mujeres, se esfumaron, se desvanecieron, se perdieron en la nada. Porque en ese instante acababa de extinguirse irremediablemente el progenitor de toda la raza humana.

Jorge Marín P.

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