domingo, 26 de junio de 2022

El suicida

Estaba tan deprimido que salió de su casa dispuesto a suicidarse. Se dirigió al edificio más alto de la ciudad con la intención de lanzarse al vacío desde el último piso. Al llegar justo al ascensor encontró un letrero que decía FUERA DE SERVICIO, USE LA ESCALERA. Consideró entonces que si lo hacía se deprimiría aún más, y regresó a su casa.

Juan Cueto Roig

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domingo, 19 de junio de 2022

Cuento tal vez oído en un bar a las tres de la mañana

Me dijo que el Emperador, conmovido por su prosa, le regaló diez años más de vida, al cabo de los cuales le concedería una noche para la lectura de lo que hubiese escrito y luego lo decapitaría. El escritor miró a las estrellas y comprendió que su tiempo era un pestañeo en el universo. Tomó entonces a su hija pequeña y comenzó la tarea.

Al cumplirse el plazo, el Emperador se presentó ante su puerta. El escritor trajo a la muchacha y le dijo:

-Cuando termines la lectura, la devuelves a su madre y me decapitas.

Luego el escritor retiró el manto de seda que cubría el cuerpo de su hija. El Emperador contempló los hombros, el cuello, las axilas, el pubis y vio que el cuerpo entero de la muchacha estaba escrito en una apretada caligrafía.

Creo haber oído que aquella noche el Emperador amó a la muchacha. Dicen que la leyó una y otra vez, pero lo asombroso es que a cada giro del amor, los cuentos se entremezclaban y nunca podía leerse la misma historia. El escritor murió anciano. El emperador también de viejo y feliz. Dicen que la muchacha no murió jamás. A veces va a los bares, y antes de desnudarse cuenta historias como esta.

Pía Barros

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domingo, 12 de junio de 2022

El hombre objeto

El “no sirves para nada” nació de mi madre y se instaló conmigo para convertirse en una carga pesada que me lastima el ánimo. Pero todo cambió cuando la noche en que conocí a Tina y me llevó a su casa. Después de una exploración pasional de nuestros cuerpos y de dejarme sin fuerza alguna, ella me dobló en dos y abrió su armario. Ante mis ojos aparecieron otros hombres colgados en sus perchas y, cuando me colocó en la mía, supe que había encontrado mi lugar en el mundo. Según mis compañeros, soy su pasatiempo entre el donjuán y el poeta.

Nicolás Jarque Alegre

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domingo, 5 de junio de 2022

Carta del enamorado

Hay novelas que sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50 o la 60. A algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes, señor juez.

Juan José Millás

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lunes, 30 de mayo de 2022

La hormiga que odiaba al león

Esa hormiga odiaba al león. Tardó diez mil años pero se lo comió todo, poco a poco, sin que él se diera cuenta.

Max Aub

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domingo, 22 de mayo de 2022

Cuando soy feliz… no escribo

A veces escribimos a partir de una línea que nos está atravesando la garganta y hay que expulsarla fuera porque nos ahoga. Frases tontas o imágenes como “removía la nieve con un palo porque siempre soñaba con encontrar tesoros tras los deshielos…” u otras más solemnes como  “a veces regresa en la forma de un mal pensamiento.”

Escribir es una pulsión que no se domina, una reflexión que a ratos nos explica qué nos ocurre por dentro, en una alteridad privada donde todo queda demasiado lejos.

Cuando tengo miedo, escribo; cuando me desgarro, escribo; cuando me esfuerzo, escribo; cuando no entiendo, escribo y me explico el mundo. Cuando soy feliz, no escribo.

La lectura de otros, me escribe. Los diccionarios me parten y descomponen las palabras que eran familiares y adquieren de pronto nuevas relaciones de parentesco. Las palabras se transforman en sensaciones, en imágenes, evocaciones de olores o sonidos, es como si fuera la luz tenue de una linterna que guía en la oscuridad hacia la certeza final, o hacia el callejón donde las palabras y yo nos damos de cabezazos sin poder arribar a una salida.

Amor-odio-desgarro o sólo llegar a una historia, la simpleza de contarla, o si artificio, sin más pretensión que habitar en otros durante el tiempo que dure el antiguo “había una vez”, palabras, nada más.

Pía Barros

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martes, 17 de mayo de 2022

Allí donde los reinos se confunden

Cada noche el prejuicio llegaba hasta mi cama para roerme la puntilla del ánimo. Llegaba sigiloso, rodando cual bolita negra, y me roía. En realidad salía de su agujero, ratón minúsculo y avieso, para morderme el queso del alma. Traté de espantarlo, pero permanecía aferrado a su presa, sin soltar bocado: no me temía. Recordé la máquina roja de capolar, que mi madre usaba en las matanzas, e imaginé al prejuicio triturado entre sus cuchillas. Inútil: cada vez que lo imaginaba, el impertinente ratón se refugiaba en su agujero. Nunca llegué a tiempo.

Misterios de la frontera, raya de la lucidez.

Félix

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