viernes, 24 de febrero de 2017

La mujer que comía poco

Había una vez un matrimonio en el que el marido era pastor de un rebaño de cabras. El pobre hombre se dirigía todos los lunes a la montaña y no regresaba a casa hasta el sábado. Estaba delgado como un junco. Y su mujer estaba gorda, gorda como una vaca. Cuando el marido estaba presente, la mujer no comía casi nada: se quejaba de dolores de estómago y decía que no tenía realmente apetito. Su marido se sorprendía:
-Mi mujer no come nada pero está muy gorda; es muy extraño.
Se lo comento a otro pastor que le dijo:
-El lunes, en lugar de subir a la montaña, escóndete en casa y verás si tu mujer come o no.
Llegó el lunes; el pastor se echó el zurrón al Hombro y le dijo a su esposa:
-Hasta el sábado. Cuídate. No enfermes por no comer.
Ella le contestó:
Mi pobre marido, no tengo apetito. Sólo de pensar en comer me dan náuseas. Estoy gorda porque así es mi naturaleza.
El pastor salió en dirección a la montaña, pero a mitad de camino, se dio media vuelta y, sin que lo viera su mujer, entró en su casa y se escondió detraás de la cocina. Desde ese punto de observación, la vio comerse una gallina con arroz. A lo largo de la tarde se comió una tortilla con salchichón. Cuando llegó la noche, el pastor salió de su escondite, entró en la cocina y le dijo a la glotona.
-¡Hola, buenas!
-Pero, ¿por qué has vuelto? –le preguntó.
-Había tanta niebla en la montaña  que he temido perderme. Además llovía y caían gruesos granizos.
Ella le dijo entonces:
Deja tu zurrón y siéntate; voy a servirte la cena.
Y colocó sobre la mesa una escudilla de leche y unas gachas de maíz. El pastor le dijo:
-¿Tú no comes?
-¿Cómo?¡En el estado en que me encuentro! Tienes suerte de tener apetito. Pero dime, ¡cómo es posible que no estés mojado si llovía y granizaba tanto en la montaña?
-Te lo voy a explicar. Es porque he podido cobijarme debajo de una piedra tan grande como el pan que has empezado. Y gracias a este sombrero improvisado casi tan grande como la tortilla que te has comido a las cuatro, no me ha tocado el granizo tan abundante como el arroz que te has comido para acompañar a la gallina que habías cocinado.


Alfred de Musset

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miércoles, 15 de febrero de 2017

Inesperada despedida


El avaro guardó su tiempo en la caja del reloj de pared con la idea de conservarlo íntegro, en pacto amigable con las horas de dulce sonar. Era feliz escuchando sus campanadas. Pero cuando el avaro quiso darle cuerda a su viejo reloj, los minutillos, como pequeños roedores, apenas si habían dejado  del queso de su tiempo la última miguita para decir adiós.

Félix

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lunes, 6 de febrero de 2017

Los bomberos

Olegario no sólo fue un as del presentimiento, sino que además siempre estuvo muy orgulloso de su poder. A veces se quedaba absorto por un instante, y luego decía: “Mañana va a llover”. Y llovía. Otras veces se rascaba la nuca y anunciaba: “El martes saldrá el 57 a la cabeza”. Y el martes salía el 57 a la cabeza. Entre sus amigos gozaba de una admiración sin límites.
Algunos de ellos recuerdan el más famoso de sus aciertos. Caminaban con él frente a la Universidad, cuando de pronto el aire matutino fue atravesado por el sonido y la furia de los bomberos. Olegario sonrió de modo casi imperceptible, y dijo: “Es posible que mi casa se esté quemando”.
Tomaron un taxi y encargaron al chofer que siguiera de cerca a los bomberos. Éstos tomaron por Rivera, y Olegario dijo: “Es casi seguro que mi casa se esté quemando. Los amigos guardaron un respetuoso y afable silencio; tanto lo admiraban.
Los bomberos siguieron por Pereyra y la nerviosidad llegó al colmo. Cuando doblaron por la calle en que vivía Olegario, los amigos se pusieron tiesos de expectativa. Por fin, frente mismo a la llameante casa de Olegario, el carro de bomberos se detuvo y los hombres comenzaron rápida y serenamente los preparativos de rigor. De vez en cuando, desde las ventanas de la planta alta, alguna astilla volaba por los aires.
Con toda parsimonia, Olegario bajó del taxi. Se acomodó el nudo de la corbata, y luego, con un aire de humilde vencedor, se aprestó a recibir las felicitaciones y los abrazos de sus buenos amigo.

Mario Benedetti

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sábado, 28 de enero de 2017

Reencarnación

En mi vida anterior fui un árbol de hoja caduca, humilde chopo. Pero gocé como un loco cada primavera, cuando mis ramas reverdecían y se llenaban de pájaros variopintos en requiebros amorosos.
No fue un forzudo leñador quien me taló, (aquí el mito también se cae por tierra): fue un enclenque jovenzuelo, provisto de esa horrible máquina dentada que llaman moto-sierro. Me ahorraré el sufrimiento  -y a vosotros también- de contar cómo me hicieron pulpa.

Ahora, en esta nueva vida, podría decir que también soy feliz: Convertido en papel, soy un cuaderno, caído por suerte en manos de un niño de cinco años. Me raya y colorea. Dibuja casitas con ventana y humo en la chimenea, soles y nubes, “mi papá”, “mi mamá” y margaritas. Y dibuja también un árbol con muchos pajarillos. Y en él me reconozco: resulta que el niño me homenajea sin saberlo. Y claro, esto, aunque me trae nostalgias, me emociona.

Félix

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viernes, 20 de enero de 2017

Todo es relativo


Todo es relativo. En mi planeta ganaba concursos de belleza, llegué a ser el equivalente de lo que Miss Universo es en la tierra. Aquí soy un fenómeno de circo, dice con tristeza la hembra de Alfa Centauro, sacudiendo sus apéndices vibrátiles. Total, ¿quién puede desmentirla?

Ana María Shua


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miércoles, 11 de enero de 2017

Mi pueblo

En la retina de mi niñez, guardo el trigo verde, moteado de amapolas y los rosales silvestres bordeando los caminos.
En el oído, la campana anunciando la fiesta y los difuntos; y el tribal sonido de la caracola en boca del pastor.
En el olfato guardo el olor de la tierra después de la tormenta y la fragancia fresca  de la menta que la lluvia lavó.
Guardo en la boca, el gusto vegetal del arlo y sus uvillas, el agraz de la endrina y el maduro del rubio zarramón.
En mis manos, el tiento seco y rugoso da la toza y el del cortante cuchillo del carámbano.
En el alma, el regocijo de saberme de este pueblo que me vio nacer y que acunó mi infancia.

Félix

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martes, 3 de enero de 2017


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Usucapìr

Lo vieron las palabras del anuncio volante de servicios para caballeros desde su posición de papel tirado en la mesa central. La dama arrellanada en el sillón con la bata abierta, los muslos cruzados y la cabeza apoyada en el respaldo jugaba la palabra usucapir. U – sucapir. U – sucapir. Usucapir.

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¿Qué es usucapir?, le preguntó el hombre a quien servía en su propia casa, cierta noche. A un descuido del personaje que vestía la casaca inglesa y pantalón bombacho y que aún en el lecho del ejercicio erótico no se despojaba de la cachucha, sustrajo la palabra de una Bond membretada llena de muchas otras de un texto que reposaba respirando acompasadamente sobre el escritorio, algunos libros estaban listos a ser fisgados y otros numerosos en los anaqueles presenciaban como en las galerías de un anfiteatro, la hazaña física del dueño y señor de la arena y de sus habitantes.
¿Qué es usucapir, gatito?, preguntó la dama en situación desventajosa debajo del hombre. “Anda que te mueva haciendo círculos”.
Ahí sentada en espera del desconocido visitante, se sumía placentera en las burbujas de la pronunciación: u-sssuuu-caaap-ir. Usssssss-uc-aaaap-iiiir. De entre las ringleras colgantes de caracoles y pastillas de madera haciendo cortina, marimbada al umbral de la sala, apareció el buscador de gozo. “Sólo sé que te va a gustar”. Bueno, con usufaquir. A ver qué pasa”.
A partir de entonces la clientela de la dama de tales citas aumentó como nunca imaginó la pupila dueña anterior del sillón que ahora ocupa. Todos empezaron a llamarla la Usucapir. Fue famosa a lo largo de la calle y en todas las demás que trazan el barrio de la Academia de la Lengua.

Raúl Renán