martes, 29 de enero de 2013

Si Dios quiere



Si Dios quiere

HABÍA una vez un gallego que se volvía a Galicia después de haber juntado unos cuartos en Sevilla. Ya muy cerca de su pueblo se  encontró a uno que le preguntó dónde iba.
-A la miña terra -contestó el gallego.
-Si Dios quiere –repuso el primero.
-He de llegar quiera Dios o no –dijo muy en sí el gallego viendo ya de lejos su aldea, de cuyo territorio sólo le separaba un arroyo.
No bien lo hubo dicho, cuando al pasar el arroyo se cayó en él y se volvió rana.
Así vivió tres años, huyendo siempre el pobre de los pícaros muchachos, de las sanguijuelas y de las cigüeñas, sus encarnizados enemigos. Al cabo de los tres años acertó a pasar por allí otro gallego que volvía a su casa, y preguntándole un caminante donde iba, contestó:
-A la miña terra.
-Si Dios quiere -gritó una rana que sacó la cabeza del agua.
Y cuando lo hubo dicho, la rana, que era el gallego primero, se halló de repente otra vez hombre.
Siguió su camino más alegre que unas Pascuas, y habiéndose encontrado otro viajero, que le preguntó dónde iba, le contestó:
-A la tierra, si Dios quiere; a ver a mi mujer, si Dios quiere; a ver a, mis hijos, si Dios quiere; a ver a, mi vaquita, si Dios quiere; a sembrar mi campito, si Dios quiere; para que me de una buena cosecha, si Dios quiere.
Y como a todo había añadido religiosamente el “si Dios quiere”, quiso el Señor que se viesen sus deseos cumplidos. Encontró buena a su mujer y a sus hijos; a la vaquita parida; sembró el campo, y cogió una buena cosecha, porque…Dios quiso.

Fernán Caballero

miércoles, 23 de enero de 2013

Un beso evaporado



René llegó aquella mañana al hospital como solía hacerlo desde hacía meses,
con un clavel rojo en su mano como siempre, para dárselo a Josefina.
Era el único que le hacía alegrar su corazón haciéndola feliz discretamente.
La visitaba en secreto, pues para él era su luz, para ella un aliciente.
Esa mañana iba más feliz que nunca, dispuesto a hacerla olvidar la razón de su estadía en aquel hospital.
Al abrir la puerta de aquel cuarto frío, se encontró con una enfermera al pie de la cama y le preguntó cómo estaba su amada, mientras se inclinaba a besarle la frente.
Su rostro se llenó de dolor, y sin poder evitar las lágrimas, entregó la flor
a la enfermera, pidiéndole por favor que la pusiera en sus manos cuando  la despidieran definitivamente.
Josefina se había cansado de su enfermedad, de estar viendo sufrir a sus padres y a sus hermanas.
El no poder ver tanto a sus hijas como hubiera querido la llenaba de tristeza,
sufría en silencio para que nadie notara su dolor y la falta de cariño de los suyos.
Pese a todo, la angustia y todo sufrimiento que le causaba su estado de salud,
jamás demostró un mínimo gesto de dolor, siempre estaba sonriente y alegre.
Murió con la foto de su único hijo entre sus manos, con la huella de un beso
evaporado, que se ha quedado impreso en el retrato.

Melancolia

lunes, 14 de enero de 2013

Compasivos ambos


Hola, amigo:
¡Hay que ver cómo pasas!
Apenas me doy cuenta y veinte arrugas ya. Patasdegallo y otras. Parece que fue ayer cuando aquellas tersuras.
En fin… recibe mis saludos.
El tiempo.


Encontré su carta en el espejo, escrita con carmín, una mañana fría de pijama y bostezos. Al lado, un beso rojo.
Y sentí compasión: lo vi tan deprimido, pobre mío, sentadito en su esquina, mirándome pasar…

Félix

miércoles, 19 de diciembre de 2012

La visita


(Capítulo de novela)

- Quién es, pregunto.

- Yo, contesto.

- Adelante, digo.
Yo entro.
Me veo al que fui hace tiempo.
Me espera el que soy ahora.
No se cuál de los dos está más viejo.


Jorge Enrique Adoum

sábado, 15 de diciembre de 2012

El hijo del guardabosques



Leyenda Alemana


El hijo del guardabosques de Tuttinglen en la Selva Negra, volvía a una hora avanzada de la noche de una sesión báquica en la que se había vaciado más botellas de lo razonable. El joven que se llamaba Berthold, atravesaba canturreando los prados inundados por los rayos de luna y los agradables bosques de abetos más oscuros. De repente se detuvo bruscamente. Algo sobrenatural parecía clavarlo en el suelo. A pocos metros del camino se extendía una laguna llena de flores, cuyas orillas suavemente inclinadas se perdían entre las cañas. A dos pasos de la orilla, una joven encantadora, sumergida en el agua hasta la cintura, peinaba su larga cabellera. Pero la impresión de Berthold fue mayor todavía cuando la joven, en vez de huir, le respondió con dulzura, sin mostrar el menor temor. El joven volvió a ver a la muchacha al día siguiente y pronto nació entre los dos una profunda pasión. Entonces la muchacha de las aguas hizo saber a su enamorado que se llamaba Evelina, que era de la raza de las ondinas y que para casarse con ella debería hacer una extraña promesa: la de no ir nunca con ella sobre el agua. Berthold hizo la promesa y se consumó el matrimonio. Era una alegría verlos, y de la mañana a la noche, igual que de la noche a la mañana, las dos criaturas se amaban con tanto abandono y tanta naturalidad que los vecinos sentían deseos de imitarlos. La llegada del invierno no cambió esta feliz armonía. Una mañana Berthold dijo a su mujer: "-Luego saldrás conmigo; te he preparado una sorpresa". Cuando llegaron a la laguna en la que Eveline se había aparecido por primera vez, el joven sacó de un paquete dos pares de patines y exclamó: "-Qué alegría esposa mía, te voy a enseñar a patinar". Pero Eveline se puso pálida como la nieve. "-¡Tu promesa! ¡Olvidas tu promesa!"- exclamó con una voz lamentable. Berthold se echó a reír y levantando a su mujer en volandas, la depositó sobre el hielo. Pero ¡ay! el hielo se rompió y, mientras Berthold se agarraba desesperado a los bloques de hielo, Eveline se sumergió y desapareció para siempre. Han pasado dos años. El tiempo ha secado las lágrimas del guardabosques. Sus amigos le han hecho comprender que es demasiado joven para quedarse viudo. Se ha vuelto a casar con una graciosa muchacha que no pide otra cosa que hacer feliz a un joven y apuesto muchacho. Mientras los violines resuenan todavía a lo lejos, los dos recién casados han penetrado en la cámara nupcial. De golpe, una sombra se yergue en medio de ellos y los separa. Es Eveline. Al día siguiente, y al otro, y al otro... la misma escena se repite. Eveline aparece siempre para reclamar sus derechos. La recién casada ha regresado a casa de su madre y Berthold está encerrado en una casa de salud, donde habla sin cesar de la bella ondina que vive en el fondo de la laguna.
……..

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Anabel



En realidad Anabel, estaba cansada de ir y venir de aquí para allá, su vida no estaba orientada hacia ningún punto, todo era igual, y lo que es peor, todo le daba igual.

Era tan rutinaria su vida que giraba como una noria, ni se esforzaba en que algo cambiara, si total “el asombro” ya se había ocultado de su vida, “la alegría” la espiaba de lejos, “las ilusiones” dormían sin el menor interés de despertar, ¿para qué?... si no podía permitirse ese lujo, aparte sabía de antemano que no lograría alcanzar su sueño, si es que tenía alguno, mientras que el reloj sonara a tiempo para cumplir con su empleo, ya con eso estaba bien, así pasaba su vida.

Una mañana, al salir para su trabajo, al cerrar la puerta sintió algo que hacía mucho no recordaba haberlo sentido, “la nostalgia” la visitó preguntándole, ¿Cuánto hace que nadie te despide?... ¡despedirme a mí!... ¿quién lo haría?... ¡ni el perro!... puesto que ni eso tengo, un perro que me ladre…se desentendió de ese sentir y corrió por las calles mojadas por la llovizna, llega a su empleo, saluda como todos los benditos días, se sienta frente a un ordenador y comienza su rutina, de pronto un alboroto se escucha y algunos gritos, se sobresalta y al querer pararse para correr como lo hacían los demás empleados, alguien la sujeta del cabello, siente un frío terrible en su nuca, y una voz muy grave le ordena que se quedara quieta, ¡¡no voltees!!... no debes mirarme, porque te mataré.

Los demás empleados observaban desde sus escondites, compadeciendo a su compañera, cuan grande fue su asombro cuando le escucharon decir, ¡apunta bien y dispara, pero hazlo ya!... hazme ese favor, ¿crees que me asusta morir?... ¡eres un cobarde mentiroso, amenazas y no cumples!... ¡hazlo cretino, pedazo de basura, dispara!...

¡No me provoque niña estúpida porque lo haré!... ante el estupor de todos, ella voltea quedando de frente al ladrón y le arroja a la cara el agua del florero, mientras gritando le decía, ¿crees que me asustas idiota?...

Mientras tanto las autoridades comenzaban a tomar cartas en el asunto, uno de los delincuentes, fue detenido, pero éste continuaba siendo desafiado por la niña, a la que él, la hacia ver como que era su rehén.

¡Cierra la boca, mujer!... continuaba dando órdenes el muy tonto, Anabel pone su mano sobre la mano del delincuente y sin tocar el arma, apunta a su cabeza ordenándole que dispare, ¡éste es el momento!... ¿Qué esperas?... preguntaba Anabel a viva voz, cuando él siente que esas frías manos le tocaron, quedó como detenido en el tiempo, sin reaccionar, tiempo que ganaron las autoridades para atraparlo.
Mientras lo esposaban no quitaba sus ojos de esa bella mujer llena de coraje.
Algunas personas se le acercan preguntándole si estaba bien, ella luego de responder que ¡Sí!... extendiendo su brazo hacia los guardarropas, toma su abrigo, se dirige a la puerta, obviamente tenían el resto del día libre, llega a la vereda, aun lloviznaba, respira profundo y comienza el camino de regreso a su hogar.
Abre la puerta y sin darse cuenta estaba tarareando una linda canción, se dirige al baño, carga la bañera con agua bien caliente, se desviste, recién allí reacciona, al verse en el espejo, ¡Cuánto hacía que no se miraba en él de cuerpo entero!... acomodando sus cabellos se mira detenidamente y ve una mujer diferente, extendiendo su brazo derecho levantando su dedo pulgar y señalando con el índice, suelta un ¡¡bum!!... sobre el espejo, luego se dice así misma, ¡si desafiaste a la muerte, bien puedes enfrentar a la vida!... sopló sobre su dedo como signo de que la anterior Anabel resurgía de entre las ceniza, cual ave fénix.

estrellafugaz 



domingo, 9 de diciembre de 2012

Mosca de mi tormento



  
Mil veces te he espantado de mi mano,
mas me resulta en vano.
 
Pesada hasta el agobio vuelves siempre,
eres impertinente.

Frotándote las alas repugnantes
vuelves a cada instante.

Más cochina, más sucia y más pringosa,
insistes asquerosa.

¿Qué podré hacer , mosca de mi tormento,
si vuelves al momento?

No respetas, pesado y rancio amor,
la paz de mi interior.

Como una oscura mosca maloliente
vuelves constantemente.

No escarbes mi memoria con tus patas
como las garrapatas.

¿Qué podré hacer de aquel amor ingrato
que me hizo tanto daño?

Olvida ya mi ser y mis contornos,
mosca de los demonios.

Si te da igual la miel que el excremento,
entiérrate en tu estiércol.

Félix