sábado, 28 de enero de 2017

Reencarnación

En mi vida anterior fui un árbol de hoja caduca, humilde chopo. Pero gocé como un loco cada primavera, cuando mis ramas reverdecían y se llenaban de pájaros variopintos en requiebros amorosos.
No fue un forzudo leñador quien me taló, (aquí el mito también se cae por tierra): fue un enclenque jovenzuelo, provisto de esa horrible máquina dentada que llaman moto-sierro. Me ahorraré el sufrimiento  -y a vosotros también- de contar cómo me hicieron pulpa.

Ahora, en esta nueva vida, podría decir que también soy feliz: Convertido en papel, soy un cuaderno, caído por suerte en manos de un niño de cinco años. Me raya y colorea. Dibuja casitas con ventana y humo en la chimenea, soles y nubes, “mi papá”, “mi mamá” y margaritas. Y dibuja también un árbol con muchos pajarillos. Y en él me reconozco: resulta que el niño me homenajea sin saberlo. Y claro, esto, aunque me trae nostalgias, me emociona.

Félix

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viernes, 20 de enero de 2017

Todo es relativo


Todo es relativo. En mi planeta ganaba concursos de belleza, llegué a ser el equivalente de lo que Miss Universo es en la tierra. Aquí soy un fenómeno de circo, dice con tristeza la hembra de Alfa Centauro, sacudiendo sus apéndices vibrátiles. Total, ¿quién puede desmentirla?

Ana María Shua


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miércoles, 11 de enero de 2017

Mi pueblo

En la retina de mi niñez, guardo el trigo verde, moteado de amapolas y los rosales silvestres bordeando los caminos.
En el oído, la campana anunciando la fiesta y los difuntos; y el tribal sonido de la caracola en boca del pastor.
En el olfato guardo el olor de la tierra después de la tormenta y la fragancia fresca  de la menta que la lluvia lavó.
Guardo en la boca, el gusto vegetal del arlo y sus uvillas, el agraz de la endrina y el maduro del rubio zarramón.
En mis manos, el tiento seco y rugoso da la toza y el del cortante cuchillo del carámbano.
En el alma, el regocijo de saberme de este pueblo que me vio nacer y que acunó mi infancia.

Félix

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martes, 3 de enero de 2017


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Usucapìr

Lo vieron las palabras del anuncio volante de servicios para caballeros desde su posición de papel tirado en la mesa central. La dama arrellanada en el sillón con la bata abierta, los muslos cruzados y la cabeza apoyada en el respaldo jugaba la palabra usucapir. U – sucapir. U – sucapir. Usucapir.

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¿Qué es usucapir?, le preguntó el hombre a quien servía en su propia casa, cierta noche. A un descuido del personaje que vestía la casaca inglesa y pantalón bombacho y que aún en el lecho del ejercicio erótico no se despojaba de la cachucha, sustrajo la palabra de una Bond membretada llena de muchas otras de un texto que reposaba respirando acompasadamente sobre el escritorio, algunos libros estaban listos a ser fisgados y otros numerosos en los anaqueles presenciaban como en las galerías de un anfiteatro, la hazaña física del dueño y señor de la arena y de sus habitantes.
¿Qué es usucapir, gatito?, preguntó la dama en situación desventajosa debajo del hombre. “Anda que te mueva haciendo círculos”.
Ahí sentada en espera del desconocido visitante, se sumía placentera en las burbujas de la pronunciación: u-sssuuu-caaap-ir. Usssssss-uc-aaaap-iiiir. De entre las ringleras colgantes de caracoles y pastillas de madera haciendo cortina, marimbada al umbral de la sala, apareció el buscador de gozo. “Sólo sé que te va a gustar”. Bueno, con usufaquir. A ver qué pasa”.
A partir de entonces la clientela de la dama de tales citas aumentó como nunca imaginó la pupila dueña anterior del sillón que ahora ocupa. Todos empezaron a llamarla la Usucapir. Fue famosa a lo largo de la calle y en todas las demás que trazan el barrio de la Academia de la Lengua.

Raúl Renán

lunes, 26 de diciembre de 2016

Felicitación navideña de Jesús, hijo de María

Hola, soy Jesús.
Quería deciros que está bien que celebréis y conmemoréis mi nacimiento. Pero ahora ya no estoy en mi cunita, al cuidado amoroso de José y María, mientras la mula sopla y el buey rumia mansamente. Ya no hay pastores ni reyes; se marcharon. Y el ángel anunciador de paz esta aburrido porque nadie le hace caso. 
Ahora tengo cinco años y estoy en un destartalado campamento de refugiados. Bombardearon mi ciudad y mi casa quedó derruida. Mamá murió y mi papá huyó, creyendo que yo había muerto también. Alguien me rescató de entre los cascotes. Después las balas se han disputado mi alimento y tengo el vientre hinchado. Ahora he sabido que la lancha donde iba mi papá naufragó en el mar…
Quiero repetiros lo que ya dije un día, ¿recordáis?:

“Cuanto hacéis con uno de estos pequeñuelos, a mí me lo hacéis.”

Os deseo una buena nevada para purificar el alma y que os nazca dentro del corazón un niño en cueros.

Feliz Navidad, y perdonad mi voz en este villancico.

Félix

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domingo, 18 de diciembre de 2016

Proposición sobre las verdaderas causas de la locura de Don Quijote



Don Quijote, enamorado como niño de Dulcinea del Toboso, iba a casarse con ella. Las vísperas de la boda, la novia le mostró su ajuar, en cada una de cuyas piezas había bordado su monograma. Cuando el caballero vio todas aquellas prendas íntimas marcadas con tres iniciales atroces, perdió a razón.


Marco Denevi

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miércoles, 7 de diciembre de 2016

¿Nochebuena?

Era Nochebuena y habíamos terminado de cenar. Faltaba una hora para la Misa del Gallo. Me asomé a la ventana y, a la luz de la farola, contemplé cómo descendían los copos mansamente igual que mariposas blancas. Las trochas del día anterior se habían vuelto a llenar. 
Los chiquillos nos habíamos citado en la plaza junto a la fuente para iniciar el recorrido pidiendo el aguinaldo. Quise estrenar los zuecos de madera, esparto y paciencia que mi abuelo había confeccionado para mí. Cogí la bufanda de lana y me disponía a salir cuando mi madre me obligó a ponerme aquel abrigo nuevo que nada me gustaba, además de un gorro rojo y unos guantes del mismo color.
Íbamos de casa en casa golpeando panderetas y haciendo sonar los almireces. Al llegar a una puerta, Eloy, que tenía la voz potente y buen oído, decía en voz alta el nombre de la dueña y entonaba para que todos le siguiéramos…
Yo era el encargado de llevar el cestillo, y ya iba medio lleno de higos, manzanas, nueces, mazapanes y guirlaches, mientras que Isidro se encargaba de recoger las escasas monedas de los más generosos.
Todo fue bien hasta que llegamos a la puerta de la “bruja”. Nos miramos y en los ojos de todos había una interrogación asustadiza: ni Eloy ni ninguno de nosotros sabía su nombre.
-¡Cristinaaaaa!, ¡Me llamo Cristinaaaaa!, -gritó de pronto “la bruja” desde la oscura escalera, dejándonos sobrecogidos y espantados.

Allí, en la esquina, tembló la luz de la farola; allí, callaron panderos y panderetas; allí, calló también la botella de anís que frotaba Fortunato;  de allí salimos disparados y dispersos; y allí perdió Cecilio su zambomba, que no quiso volver a recoger, por más que le insistimos, después del reagrupamiento y del resuello recobrado.

Félix


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