Las alas
Tres veces soñó que le ponían alas; se propuso no soñar como niño o como beata, y se fue, dormido, sin alas.
Ana María Mopty de Kiorcheff
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El parásito
No era un fibroma, ni un tumor, ni un folículo
infectado, sino un mellizo marchito enquistado en su espalda como un inquilino
perpetuo y satisfecho. Quizá nunca debí decirle lo que era y dejar que pensara
que se trataba de un bulto de grasa cualquiera, pero aquel hombre me pareció
inteligente y no dudé en mostrarle
aquella miniatura atrofiada de sí mismo. Algunos pacientes no están preparados
para saber lo que tienen y para contemplar sin prejuicios el infinito paisaje
de las patologías humanas. Como aquel hombre que sostenía desconsolado a su
gemelo nonato y que incluso le cortó el pelo y las uñas diminutas hasta
encontrarle un pálido destello, un reflejo remoto, un melancólico parecido. Soy
un científico, ¿cómo podía saber si sentía o si soñaba? Dos días después de la
operación falleció por cusas desconocidas. El parásito le sobrevivió un día más.
Fernando Iwasaki
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La Jirafa
Al darse cuenta de que había puesto
demasiado alto los frutos de un árbol predilecto, Dios no tuvo más remedio que
alargar el cuello de la jirafa.
Cuadrúpedos de cabeza volátil, las
jirafas quisieron ir por encima de su realidad corporal y entraron
resueltamente al reino de los desproporcionados. Hubo que resolver para ellas
algunos problemas biológicos que más parecen ingeniería y de mecánica: un circuito
nervioso de doce metros de largo; una sangre que se eleva contra la ley de la
gravedad, mediante un corazón que
funciona como bomba de pozo profundo; y todavía, a esas alturas, una lengua
eréctil que va más arriba, sobrepasando con veinte centímetros el alcance de
los belfos para roer los pimpollos como una lima de acero.
Con todos sus derroches de técnica, que
complican extraordinariamente su galope y sus amores. La jirafa representa
mejor que nadie los devaneos del espíritu: busca en las alturas lo que otros
encuentran a ras del suelo.
Pero como finalmente tiene que inclinarse de vez en cuando para beber el agua común, se ve obligada a desarrollar su acrobacia al revés. Y se pone entonces al nivel de los burros
Juan José Arreola
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La tela de Penélope o quién engaña a quién
Hace muchos años vivía en Grecia un
hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto),
casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era
su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola
largas temporadas.
Dice la leyenda que en cada ocasión
en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se
disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía
ver por las noches preparando a urtadillas sus botas y una buena barca, hasta
que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
De esta manera ella conseguía
mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer
que tejía mientras viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como
pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba
cuenta de nada.
Augusto Monterroso
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Mi hermano
Nunca le perdoné a mi hermano gemelo
que me abandonara durante siete minutos en la barriga de mamá, y me dejara allí,
solo, aterrorizado en la oscuridad, flotando como un astronauta en aquel
líquido viscoso, y oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos. Fueron
los siete minutos más largos de mi vida, y los que a la postre determinarían
que mi hermano fuera el promogénito y el favorito de mamá.
Desde entonces salía antes que Pablo
de todos los sitios: de la habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine...
aunque ello me costara el final de la película. Un día me distraje y mi hermano
salió antes que yo a la calle, y mientras
me miraba con aquella sonrisa adorable,
un coche se lo llevó por delante. Recuerdo que mi madre, al oír el golpe, salió
de la casa y pasó ante mí corriendo y gritando mi nombre, con los brazos
extendidos hacia el cadáver de mi hermano. Yo nunca la saqué de su error.
Rafael Novoa
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Los monos
Wolfgang Kohler perdió cinco años en
Tetuán tratando de hacer pensar a un chimpancé. Le propuso como buen alemán,
toda una serie de trampas mentales. Lo obligó a encontrar la salida de
complicados laberintos; lo hizo alcanzar difíciles golosinas, valiéndose de
escaleras, puertas, perchas y bastones. Después de semejante entrenamiento, Mono
llega a ser el simio más inteligente del mundo; pero fiel a su especie distrajo
todos los ocios del psicólogo y obtuvo sus raciones sin transporte el umbral de
la conciencia. Le ofrecieron la libertad, pero prefirió quedarse en la jaula.
Ya muchos milenios antes (¿cuántos?),
los monos decidieron acerca de su destino oponiéndose a la tentación de ser
hombres. No cayeron en la empresa nacional y siguen todavía en el paraíso:
caricaturales, obscenos y libres a su manera. Los vemos ahora en el zoológico,
como un espejo depresivo: nos miran con sarcasmo y con pena, porque seguimos
observando su conducta animal.
Atados a una dependencia invisible,
danzamos al son que nos tocan, como el mono de organillo. Buscamos sin hallar
las salidas del laberinto en que caímos, y la razón fracasa en la captura de
inalcanzables frutas metafísicas.
La dilatada entrevista de Mono y
Wolfgang Kohler ha cancelado para siempre toda esperanza, y acabó en otra
despedida melancólica que suena a fracaso.
(El homo sapiens fue a la universidad alemana para redactar el célebre tratado sobre la inteligencia de los antropoides, que le dio fama y fortuna, mientras Mono se quedaba para siempre en Tetuán, gozando una pensión vitalicia de frutas al alcance de su mano).
Juan José Arreola
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Naufragio
Después de pasar toda la noche
braceando en las frías aguas del Atlántico, llegó exhausto a la orilla justo
cuando empezaban a clarear las primeras luces de la mañana, Exhausto, se
arrojó sobre la arena y, palpando tierra seca, se echó a llorar de rabia y
alegría: sabía que estaba salvo. Cuando se giró para maldecir a ese
desaprensivo océano que había tratado de acabar con su vida, vio que allí no
había agua sino un inhóspito e interminable desierto. ¡Un desierto! El náufrago
se echó a llorar de nuvo. Pero de repente vislumbró a lo lejos un reluciente
oasis. Venciendo el cansancio, empezó a correr en dirección hacia el oasis. El
suelo, duro y agreste, lastimaba sus pies desnudos. Loco de emoción –el
objetivo estaba cada vez más cerca-, el náufrago recobró la creencia de que la
felicidad es posible. Aquel pensamiento no duró demasiado, porque a pocos
metros de alcanzar el oasis el desierto se cubrió nuevamente con las frías
aguas del Atlántico, Su vida volvía a correr peligro.
Tuvo que sacar fuerzas de flaqueza
para bracear por segunda vez hasta ganar la orilla. Afortunadamente, en esta
ocasión las olas jugaban a su favor. Y también por segunda vez alcanzó la arena,
tumbándose sobre ella, más exhausto aún si cabe, ahora con más rabia que
alegría, prometiéndose no abrir los ojos bajo ningún concepto. Y en esa
posición hubiera estado el día entero de no ser porque su mujer entró en la
habitación, vistiendo una raída bata de color fucsia, los rulos en la cabeza y
los brazos en jarras, para preguntarle, airada, si tenía pensado quedarse toda
la mañana del domingo en la cama, o si por el contrario iba a levantarse de una
vez para ayudarle en las tareas domésticas.
El hombre, incapaz de seguir
escuchando la voz agreste de su malhumorada esposa, por la que ya no sentía
sino hastío, se tapó los oídos y hundió el rostro en la vivificante arena.
Francisco Rodríguez Criado.
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La sirena inconforme
Usó todas sus voces, todos sus
registros; en cierta forma se extralimitó: quedó afónica quién sabe por cuánto
tiempo. Las otras pronto se dieron cuenta de que era poco lo que podían hacer,
de que el aburridor y astuto Ulises había empleado una vez más su ingenio, y
con cierto alivio se resignaron a dejarlo pasar.
Ésta no; ésta luchó hasta el fin,
incluso después de que aquel hombre tan amado y deseado desapareció
definitivamente. Pero el tiempo es terco y pasa y todo vuelve. Al regreso del
héroe, cuando sus compañeras, aleccionadas por la experiencia, ni siquiera
tratan de repetir sus vanas insinuaciones, sumisa, con la voz apagada, y
persuadida de la inutilidad de su intento, sigue cantando.
Por su parte, más seguro de sí
mismo, como quien había viajado tanto, esta vez Ulises se detuvo, desembarcó,
le estrechó la mano, escuchó el canto solitario durante un tiempo según él más
o menos discreto, y cuando lo consideró oportuno la poseyó ingeniosamente; poco
después, de acuerdo con su costumbre, huyó.
De esta unión nació el fabuloso
Hygrós, o sea ‘El Húmedo’ en nuestro seco español. Posteriormente proclamado patrón de las
vírgenes solitarias, las pálidas prostitutas que las compañías navieras
contratan para entretener a los pasajeros tímidos que en las noches deambulan
por las cubiertas de sus vastos trasatlánticos, los pobres, los ricos, y otras
causas perdidas.
Augusto Monterroso
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La caída (Alegoría chilena)
No se mueve ni una sola hoja sin que
yo lo sepa, decía habitualmente. Un día, mecida por el fuerte viento que
soplaba en el país, cayó suavemente desde el árbol una hojita que parecía
insignificante hacia una tierra que la esperaba desde hacía largo tiempo.
Entonces, y sólo entonces, el calló para siempre.
Manuel Pastrana Lozano
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Aves acuáticas
Por el agua y en la orilla, las aves
acuáticas pasean; mujeres tontas que llevan con arrogancia unos ridículos
atavíos. Aquí todos pertenecen al gran mundo, con zancos o sin ellos, y todos
llevan guantes en las patas.
El pato golondrino, el cucharón y el
tepalcate lucen en las plumas un esplendor de bisutería. El rojo escarlata, el
azul turquesa, el armiño y el oro se prodigan en juegos de tornasol. Hay quien
los lleva todos juntos en la ropa y no es más que una gallareta banal, un
broceado corvejón que se nutre de pequeñas putrefacciones y que traduce en gala
sus pesquisas de aficionado al pantano.
Pueblo multicolor y palabrero donde
todos graznan y nadie se entiende. He visto al gran pelicano disputando con el
ansarón una brizna de paja. He oído a las gansas discutir interminablemente
acerca de nada, mientras los huevos ruedan sobre el suelo y se pudren bajo el
sol, sin que nadie se tome el trabajo de empollarlos. Hembras y machos vienen y
van por el salón, apostando a quién lo cruza con más contoneo. Interminables a
más no poder, ignoran la realidad del agua en que viven.
Los cisnes atraviesan el estanque con
vulgaridad fastuosa de frases hechas, aludiendo a nocturno y a plenilunio bajo
el sol del mediodía. Y el cuello metafórico va repitiendo siempre el mismo
plástico estribillo… Por lo menos hay uno negro que se distingue; flota garete
junto a la orilla, llevando en una cesta de plumas la serpiente de su cuello dormido.
Entre toda esta gente, salvemos a la garza, que nos acostumbra a la idea de que sólo sumerge en el lodo una pata, alzada con esfuerzo de palafito ejemplar. Y que a veces se arrebuja y duerme bajo el abrigo de sus plumas ligeras, pintadas una a una por el japonés minucioso y amante de los detalles. A la garza que no cae en la tentación del cielo inferior, donde le espera un lecho de arcilla y podredumbre.
Juan José Arreola
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Cobarde
Durante una década su día a día
consistió en torturar a presos políticos, sospechosos de terrorismo y
contrarios al régimen para el cual él trabajaba. Le apodaban “El Arcángel” y tenía entonces el grado de
capitán. Cuando cayó la dictadura, se retiró como teniente coronel, pero nunca
se logró precisar su culpa; tampoco la cantidad de sus víctimas, ni los nombres
de los muertos que dejó tirados en los calabozos y zanjas. Las mujeres que
violó en sucias barracas y los hombres a quienes sacó uñas y ojos quedaron borrados
en expedientes judiciales que nunca se desempolvaron.
En 1992 el torturador se fue a vivir
a un pueblo perdido del norte del país, donde cobraba mes a mes su pensión en
el único cajero instalado a la vera de una estación de combustible. Un día extravió
su tarjeta del cajero automático y debió acudir hasta la ventanilla del banco,
de la ciudad más próxima, para solicitar una nueva. El empleado que trabajaba
sobre una silla de ruedas lo reconoció en el acto: Era “El Arcángel”.
Cuando lo capturaron y lo llevaron
al desierto para matarlo y borrar su
nombre de la faz de la tierra, fue incapaz de morir sin suplicar.
Ernesto Bustos Garrido
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La rana que querría ser
una rana auténtica
Había una vez una fana que quería ser una rana auténtica, y todos lo días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor
estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse
(cuando no le quedaba otro recurso) para
saber si los demás la aprobaban y
reconocían que era una rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente
sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas
ancas cada vez mejores, y sentía que
todos la aplaudían.
Y así siguió haciendo esfuerzas hasta que, dispuesta a cualquier
cosa para lograr que la consideraran una rana auténtica, se dejaba arrancar
las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con
amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo.
Augusto Monterroso
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Las focas
Difícilmente erguida en su blancura
musculosa, una levanta el puro torso desnudo. Otra reposa al sol en odre lleno
de agua pesada. Las demás circulan por el estanque, apareciendo y
desapareciendo, rodando en el oleaje que sus evoluciones promueven.
He visto el quehacer incesante de las
focas. He oído sus gritos de júbilo, sus risotadas procaces, sus falsos
llamados de náufrago. Una gota de agua me salpica la boca.
Veloces lanzaderas, las focas tejen y
destejen la tela interminable de sus juegos eróticos. Se abrazan sin brazos y
resbalan de una en otra improvisando sus rondas ad líbitum. Baten el agua con
duras palmadas, se aplauden ellas mismas en ovaciones viscosas. La alberca
parece de gelatina. El agua está llena de labios y de lenguas y las focas
entran y salen relamiéndose.
Como la gota microscópica, las focas se
deslizan por las frescas entrañas del agua virgen con movimiento flagelo de
zoospermos, y las mujeres y los niños miran inocentes la pantomima genética.
Perros mutilados, palomas desaladas.
Pesados lingotes de goma que nadan y galopan con difíciles ambulacros. Meros
objetos sexuales. Microbios gigantescos. Criaturas de vida infusa en un barro
de forma primaria, con probabilidades de pez, de reptil, de ave y de
cuadrúpedo. En todo caso, las focas me parecieron grises y manoseados jabones
de olor intenso y repulsivo.
¿pero qué decir de las hembras amaestradas, de las focas de circo que sostienen una esfera de cristal en la punta de la nariz, que dan saltos de caballo sobre el tablero de ajedrez, o que soplan por una hilera de flautas los primeros compases de la Pasión según San Mateo?
Juan José Arreola
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La mosca que soñaba ser un águila
Había una vez una mosca que todas las noches soñaba que era n Águila y que se encontraba volando por los Alpes y por los Andes.
En los primeros momentos esto la
volvía loca de felicidad; pero pasado un tiempo le causaba una sensación de
angustia, pues hallaba las alas demasiado grandes, el cuerpo demasiado pesado, el pico demasiado duro y las garras
demasiado fuertes; bueno, que todo ese gran aparato le impedía posarse a gusto
sobre los ricos pasteles o sobre la inmundicia humana, así como sufrir a
conciencia dándose topes contra los vidrios del cuarto.
En realidad, no quería andar en las
grandes alturas o en los espacios libres, ni mucho menos.
Pro cuando volvía en sí, lamentaba
con toda el alma no ser un águila para remontar montañas. Y se sentía
tristísima de ser una mosca, por eso volaba tanto, y estaba tan inquieta, y
daba tatas vueltas, hasta que lentamente, por la noche, volvía aponer las
sienes en la almohada.
Augusto Monterroso
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Ocuparse
“Ocúpate de la política, si no
quieres que la política se ocupe de ti”, me dijo. Me afilió a su partido y me
llevó a hacer número en sus metings. Ganó las elecciones y se volvió difícil
de encontrar. Firmó un decreto por el cual la fábrica en que yo trabajaba cerró
sus puertas. Me echaron del zulo que alquilaba por falta de pago. Él tuvo más
suerte y se compró una casa espaciosa junto al mar, rodeada de una muralla muy
alta. Muy alta pero no tato como para impedirle a uno treparse si se provee de
una buena escalera.
Lo tengo n la mira
Fabián Vique
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Cérvidos
Fuera del espacio y del tiempo, los
ciervos discurren con veloz lentitud y nadie sabe dónde se ubican mejor, si en
la inmovilidad o en el movimiento que ellos cambian den tal modo que nos vemos
obligados a situarlos en lo eterno.
Inertes o dinámicos, modifican
continuamente el ámbito natural y perfeccionan nuestras ideas acerca del
tiempo, el espacio y la translación de los móviles. Hechos a propósito para
solventar la antigua paradoja, son a un tiempo Aquiles y la tortuga, el arco y
la flecha: corren sin alcanzarse, se paran y algo queda siempre de ellos
galopando.
El ciervo, que no puede estarse quieto,
avanza como una aparición, ya sea entre los árboles reales o desde un boscaje de
leyenda: Venado de san Huberto que lleva una cruz entre los cuernos o cierva
que amamanta a Genoveva de Brabante.
Donde quiera que se encuentre, el macho y la hembra componen la misma pareja
fabulosa.
Pieza venatoria por excelencia, todos tenemos la intención de cobrarla, aunque sea con la mirada. Y si Juan de Yepes nos dice que fue tan alto que le dio a la caza alcance, no se está refiriendo a la paloma terrenal sino al ciervo profundo, inalcanzable y volador.
Juan José Arreola
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Lotiforme
Mi diccionario y yo estamos enamorados. Mi amores razonable, pero el suyo es brutal y arbitrario. A cualquier hora abre sus piernas y me obliga a sacarle la palabra. A veces las palabras son preciosas y yo compongo poemas ligeros y dulces. Pero a veces usa términos absurdos, y me veo obligado a decir frases como '¿lotiforme?, no se puede hacer nada con esa palabra, '¿qué pretendes de mí, no soy mago'. Entonces llora y se desdibuja, y las palabras empiezan a escurrírsele, a chorrear por las patas de la mesa. En ese momento debo acariciarlo y escribir cualquier cosa, y todo vuelve a la normalidad.
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La poesía ya no conmueve
Para seducir a la chica tu-pupila-es-azul,
quiso escribir los versos más tristes esa noche. Pero no pudo, tenía demasiada
confianza en si mismo, estaba contento, una estúpida sonrisa chirreaba de su
boca y de su pluma. Le salió un versículo patético, ridículamente esdrújulo,
que la chica, por fortuna, ni siquiera llegó a leer porque esa noche salió con un economista.
Fabian Vique
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La boa
La proposición de la boa es tan
irracional que seduce inmediatamente al conejo, antes de que pueda dar su
consentimiento. Apenas si hace falta un masaje previo y una lubricación de
saliva superficial.
La absorción se inicia fácilmente y el
conejo se entrega en una asfixia sin pataleo. Desaparecen la cabeza y las patas
delanteras. Pero a medio bocado sobrevienen las angustias de un taponamiento
definitivo, En ayuda de la boa transcurren los últimos instantes de vida del
conejo, que avanza y desaparece propulsado en el túnel costillar por cada vez
más tenues estertores.
La boa se da cuenta entonces de que
asumió un paquete de graves responsabilidades, y empieza la pelea digestiva, la
verdadera lucha contra el conejo. Lo ataca desde la periferia al centro, con
abundantes secreciones de jugo gástrico, embalsamándolo en capas sucesivas.
Pelo, piel, tejidos y vísceras son cuidadosamente tratados y disueltos en el
acarreo del estómago. El esqueleto se somete por último por un proceso de
quebrantamiento y trituración, a base de contracciones y golpeteos laterales.
Después de varias semanas, la boa victoriosa, que ha sobrevivido a una larga serie de intoxicaciones, abandona los últimos recuerdos del conejo bajo la forma de pequeñas astillas de huso laboriosamente pulimentadas.
Juan José Arreola
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Urgencias
La sirena de la ambulancia zumba
todavía en mis oídos mientras me suben a una camilla, me inyectan un líquido
rosa y la gente corre a mi alrededor, como si uno tuviera prisa. La primera vez
que me trajeron de urgencia viví con nerviosismo el estreno de la coreografía
de mi muerte, pero ahora que hemos llegado a la quinta función he desarrollado
algo así como una indolencia escénica. La inyección del líquido rosa es para
recuperar el tono cardíaco, el suero que me han metido por vena lleva un
analgésico, la mascarilla que me han puesto tiene finalidad de dormirme y el
gel que me untan en el pecho quiere decir que van a operar. Después vendrá lo
peor: despertar poco a poco, recordar los nombres de quienes vengan a verme,
acptar los escombros de mi cuerpo y despedirme de tanta gente que no veía en
años. Sobrevivir supone un mínimo de ilusión. Una ilusión que ya no tengo.
Estoy tan a gusto aquí que no pienso luchar. La muerte es blanca.
Fernando Iwasaki
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Camélidos
El pelo de la llama es de impalpable
suavidad, pero sus tenues quedejas están cinceladas por el duro viento de las
montañas, donde ellas se pasean con arrogancia, levantando el cuello esbelto
para que sus ojos se llenen de lejanía, para que su fina nariz absorba todavía
más alto la destilación suprema del aire enrarecido.
Al nivel del mar, apegado a una
superficie ardorosa, el camello parece una pequeña góndola de asbesto que rema
lentamente y a cuatro patas el oleaje de la arena, mientras el lento desértico
golpea el macizo velamen de sus jorobas.
Para el que tiene sed, el camello guarda en sus entrañas rocosas la última veta de humedad; para solitario; la llama afelpada, redonda y femenina finge los andares y la gracia de una mujer ilusoria.
Juan José Arreola
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La honda de David
Había una vez un niño llamado David
N., cuya puntería y habilidad en el manejo de la resortera despertaba tanta
envidia y admiración en sus amigos de la vecindad y de la escuela, que veían en
él –y así lo comentaban entre ellos cuando sus padres no podían escucharlos- un
nuevo David.
Pasó el tiempo.
Cansado del tedioso tiro al blanco
que practicaba disparando sus guijarros
contra latas vacías o pedazos de botella, David descubrió que era mucho
más divertido ejercer contra los pájaros la habilidad con que Dios lo había
dotado, de modo que de ahí en adelante la emprendió con todos los que se ponían
a su alcance en especial contra Pardillos, Alondras, Ruiseñores y Jilgueros,
cuyos cuerpos sangrantes caían suavemente sobre la hierba, con el corazón
agitado aún por el susto y la violencia de la pedrada.
David corría jubiloso hacia ellos y
los enterraba cristianamente.
Cuando los padres de David se
enteraron de esta costumbre de su buen hijo se alarmaron mucho, le dijeron que
qué era aquello, y afearon su conducta en términos tan ásperos y convincentes
que, con lágrimas en los ojos, él reconoció su culpa, se arrepintió sincero y
durante mucho tiempo se aplicó a disparar exclusivamente sobre los otros niños.
Dedicado años después a la milicia,
en la Segunda Guerra Mundial David fue ascendió a general y condecorado con
las cruces más altas por matar él solo a treinta y seis hombres, y más tarde degradado
y fusilado por dejar escapar con vida una paloma mensajera del enemigo.
Augusto Monterroso
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Felinos
El que sacó de la leonera el guante de
Doña Juana; Don Quijote que mantiene a raya dos fieras con pura grandeza de lm;
Androcles sereno y sin retórica (el león ya no se acordaba de la espina); los
mártires cristianos que se metieron por la fuerza en las fauces hambrientas, y
el Vizconde de los Asilos que estropeó un espectáculo circense al poner un
sándwich en la boca del rey de la selva sin látigo y sin silla plegadiza, han
hecho del oficio de domador uno de los más desprestigiados en nuestros días.
En realidad el león sobrelleva a duras
penas la terrible majestad de su aspecto: el cuerpo del edificio no corresponde
a la fachada y es como su alma, bastante perruno y desmedrado. Sigue siendo un
carnívoro gracias a ciertos súbditos que realizan para él el oficio de
verdugos. El león se presenta intempestivamente en los banquetes salvajes y a
base de prestancia pone en fuga a los comensales. Luego devora solitario y
lleno de remordimientos los restos de una presa que nunca captura
personalmente. Si de ellos dependiera, todos los leones que ambulan por la
selva estarían ya enjaulados, triturando fémures y costillares de caballo tras
los innecesarios barrotes. En fin de cuentas nunca son tan felices como al
verse hechos de mármol y de bronce o estampados por lo menos en los alarmantes
carteles de circo.
La falta de melena hace que muchos
felinos se busquen por sí mismos el sustento. De allí la innegable superioridad
de tigres, panteras y leopardos, que a veces logran forjarse una leyenda
atacando piezas de ganado mayor después de poner en fuga cobarde a los
guardianes.
Si no domesticamos a todos los felinos fue exclusivamente por razones de tamaño, utilidad y costo de mantenimiento. Nos hemos conformado con el gato, que come poco y que de vez en cuando se acuerda de su origen y nos da un leve arañazo. Sólo algunos príncipes orientales pueden darse el lujo de poseer felinos en formato mayor, que ronronean como una locomotora, que son muy útiles como perros de caza, que devoran ellos solos la mitad del presupuesto palaciego y que si llegan a distraerse y arañan, son capaces de mondar a cualquier esqueleto de toda carne superflua.
Juan José Arreola
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Humorismo
El humorismo es el realismo llevado
a sus últimas consecuencias. Excepto mucha literatura humorística, todo lo que
hace el hombre es risible o humorístico.
En las guerras deja de serlo porque
durante éstas el hombre deja de serlo. Eduardo Torres: “El hombre no se conforma con ser el animal más estúpido de la
Creación; encima se permite el lujo de ser el único ridículo.
Augusto Monterroso
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